¿Qué es saberse cerca de la muerte? ¿A qué estamos avocados cuando nos llega la conciencia de la muerte? No cabe duda de que la edad enseña casi todo. Una de las últimas obras del escritor italiano Italo Calvino (1923-1985) fue Palomar (1983), que pone en escena al personaje que lleva el nombre del conocido observatorio astronómico californiano y que revaloriza la descripción –las impresiones sobre la realidad– como elemento narrativo. La sabiduría de la vejez lleva a decir a Calvino que “la historia de Palomar puede resumirse en dos frases: ‘Un hombre se pone en marcha para alcanzar, paso a paso, la sabiduría. Todavía no la ha alcanzado’”.

Este libro conmueve porque enfrenta nuestra humanidad con las preguntas más sencillas, que creemos insignificantes. Aparentemente, los humanos nos planteamos grandes preguntas y grandes problemas cuando, en verdad, lo que cuentan son las pequeñas preguntas y las pequeñas soluciones, aquellas que pueden hacerse realidad. “Amo a Svevo porque alguna vez habrá que envejecer”, dijo Calvino del autor de Senectud (1898) y La historia del buen viejo y la bella muchacha (1929), entendiendo que el envejecimiento se define por la familiaridad con el final y con la oportunidad de entender qué es esencial y qué es prescindible.

Calvino consigue darle al mirar toda la importancia: “¿cómo se hace para mirar una cosa dejando de lado el yo?”, se interroga. Para Palomar, estar en el mundo es tratar de conocerse a uno mismo. Ojalá algo de esto todos podamos hacerlo antes de morir: buscar la serenidad, pues, según el personaje de Calvino, “todo es calma o tiende a la calma, hasta los huracanes, los terremotos, la erupción de los volcanes”. Por eso, según Javier Aparicio Maydeu, “estar muerto significa para Palomar habituarse a la desilusión de encontrarse igual a sí mismo en un estado definitivo que ya no puede confiar en cambiar”.

Este relato relaciona la experiencia visual (las formas de la naturaleza) con los elementos culturales (los relatos) y con la especulación alrededor del cosmos, el tiempo, el infinito, la mente (la meditación). Y por eso se propone comprender algo del mundo, como cuando se trata de averiguar qué y cuánto hay en una ola. Las preguntas aparentemente nimias, digamos, sobre el amor de las tortugas, cobran resonancia: “¿Qué es el eros si en lugar de la piel hay placas de hueso y escamas de cuerno?”. Palomar reflexiona sobre el crecimiento del césped y vincula el cosmos con el ser humano entendido como microcosmos.

Mirar de manera especial el mundo circundante es el llamado que hace el señor Palomar, que envejece: “la luna es un gran espejo circundante que vuela”. Cuando observa las estrellas, y siente lo infinito, afirma: “¿Qué puede haber más estable que la nada”. Mira una salamanquesa y piensa cómo sería el sueño de quien tiene ojos sin párpados. Cuando va al zoológico dice que “la jirafa parece un mecanismo construido juntando piezas procedentes de máquinas heterogéneas”. Palomar es una brújula, un espejo y una lente. Es un llamado a explorar y explorarse a sí mismo. Palomar es una enciclopedia; para muchos, la obra maestra de Calvino. (O)