Mañana se cumple medio milenio desde que Martín Lutero, un opaco monje agustino, clavó en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg un documento en el que exponía 95 tesis sobre la doctrina de la Iglesia católica en torno a las indulgencias. Este controvertido hecho desató un movimiento religioso que, liderado por Lutero, fracturó para siempre al cristianismo occidental. Fue la llamada Reforma, que daría origen a las iglesias protestantes, grupos cristianos que se apartan de las creencias del catolicismo romano en diverso grado, pero todas coinciden en rechazar la autoridad del papa sobre la totalidad de la cristiandad.
La rebelión protestante no fue, ni aun en sus primeros años, un movimiento cohesionado. Nació partida en distintas confesiones, las cuales se han subdividido en decenas de miles de fracciones. La revuelta fue aprovechada por monarcas y señores feudales que la apoyaron con el propósito de apoderarse de los bienes de la Iglesia y las órdenes religiosas. También sirvió para que los reyes del norte de Europa se conviertan en jefes de sus respectivas iglesias nacionales, con lo que reforzaron su poder. Sin esta ayuda es probable que la Reforma no llegase a tener tan enorme dimensión y, a lo mejor, se habría disuelto como ocurrió con las herejías de la Edad Media. Por otra parte, no fue un movimiento liberador, pues una vez convertidos en la religión dominante, en muchos países, los reformistas persiguieron a los católicos e incluso a grupos protestantes disidentes. Para muestras un sanguinario botón, Juan Calvino, y un rosa sangrante, Tomás Moro.
Lutero y los primeros reformadores fueron teólogos toscos, que echaron mano a doctrinas heterodoxas que siempre rondaron por la comunidad cristiana. Sin embargo, al consolidarse las más importantes iglesias, ya en los siglos XVII y XVIII, produjeron teologías profundas y creativas. Y hay que reconocer en el protestantismo una cualidad única entre todas las religiones, jamás santificó o, peor, divinizó a sus fundadores. Ciertas características de la organización eclesial, determinadas interpretaciones teológicas y algunas prácticas éticas protestantes fueron muy importantes para la evolución de Occidente. Gran beneficiada de la Reforma fue la Iglesia católica, para la cual significó una severa purga que la sacó del letargo institucional en el que estuvo sumida durante la Baja Edad Media. El catolicismo romano cerró filas en torno al papado, precisó su doctrina, abrió las puertas que se podían abrir y prosigue escrutando las señales de los tiempos, sin rechazar usos y visiones positivas estrenados por el protestantismo. Con estas consideraciones cabe preguntar, ¿es momento para iniciar en serio un proceso ecuménico de unión de los cristianos? Depende de lo que se entienda por tal. No es probable una futura unificación jurídica y menos doctrinal. Lo que hay que buscar es el respeto y el diálogo, en un frente común para defender los valores cristianos compartidos y a Occidente como comunidad cultural. Los próximos quinientos años recorreremos juntos una ruta de entendimiento y colaboración, así un día descubriremos, sorprendidos, como en el camino de Emaús, quién es nuestro acompañante. (O)