Comedia de equivocaciones es un calificativo que calzaría perfectamente a la situación española, si no fuera porque le queda poco de humor y se acerca peligrosamente a la tragedia. Es verdad que la escenificación montada para la declaración-no-declarada fue un acto histriónico, nada ajustado a los procedimientos que se esperan en una democracia consolidada. Pero esa fue solamente la conclusión de una cadena de hechos irracionales que viene de lejos y que surgió de lado y lado. El problema comenzó cuando, en su desesperación por conseguir la mayoría que necesitaba para formar gobierno, el expresidente catalán Artur Mas viró hacia el independentismo. Enredado en denuncias debió salir de la escena, pero dejó instalados en la cúpula a los minoritarios grupos más radicales del independentismo, con Carles Puigdemont a la cabeza y Oriol Junqueras como duro vigilante.

De ahí en adelante, todo consistió en apretar el acelerador en un camino sinuoso, en gran medida pavimentado de mentiras y medias verdades, desde el un lado, y de respuestas torpes, desde el otro lado. La principal mentira es la calificación que los independentistas hacen del régimen político español. La necesidad de construir un enemigo para acumular fuerzas dentro de Cataluña llevó a presentarlo prácticamente como una dictadura, casi la continuación del franquismo. Lo que comenzó como el rechazo a un gobierno conservador e inflexible –reacio a entender y mucho menos a tratar políticamente el problema central– fue trasladado al ordenamiento político surgido de la laboriosa transición española. No era una mala interpretación de la realidad. Era un relato cuidadosamente elaborado para despertar el siempre primitivo sentimiento del nacionalismo.

Las medias verdades se construyeron en torno a dos temas. El primero, de carácter histórico, sobre la guerra de sucesión que marcó el fin a los reinados de los Habsburgo (los austrias, en el decir español), en que supuestamente se habría perdido la autonomía de Cataluña. Es una interpretación que busca inventar una epopeya en la que se pueda anclar el sentimiento independentista. El segundo tema, referido al tiempo presente, alude a la relación de Cataluña con el resto de España. La exageración de su aporte fiscal fue el punto de toque para construir una imagen de sociedad explotada e incluso saqueada. Expolio es una palabra que se ha repetido hasta el cansancio.

Las mentiras y las medias verdades cayeron en el terreno que había abonado el gobierno de Mariano Rajoy. Con sorprendente incapacidad para comprender la naturaleza del problema, se encerró en el inmovilismo y, en lugar de considerar la posibilidad de abrir la vía de la reforma constitucional para ir hacia un régimen federal, se obstinó en mantener el statu quo. Era exactamente lo que necesitaban los grupos más radicales, incluido Podemos, el tercer partido nacional, acostumbrado a nadar a sus anchas en las aguas de la polarización.

Lo demás es historia reciente. El remedo de referendo y la reacción desmedida del gobierno central fueron consecuencias y no causas de la cadena de errores y torpezas. En definitiva, una madeja que no muestra la punta para desenredarla. (O)