En cierta ocasión tuve que cambiar las cortinas de mi cuarto, no estaban rotas pero sí algo desteñidas por el sol, la empleada que en ese entonces trabajaba en mi casa me preguntó si se las podía regalar, ya que había comprado una casita y poco a poco la estaba arreglando. Pasó algún tiempo y para alguna celebración nos invitó a su casa nueva, y haciendo el típico recorrido por la casa me señaló las cortinas que yo le había regalado, me dio las gracias otra vez y me dijo, “mire cómo quedaron”. Las cortinas se veían espantosas, pero antes de hacer ningún comentario me detuve a pensar en el tiempo que ella había invertido en lavar las cortinas, arreglarlas para que encajen en la nueva ventana y montarlas, que lo único que atiné a decir fue “se ven bonitas”. Después de todo quién soy yo para calificar algo de bonito o de feo, si lo más importante es que para ella que es quien las tiene que ver todos los días, son bonitas.
Siempre me dijeron que las personas podrán olvidar lo que tú les dijiste, pero nunca olvidarán cómo las hiciste sentir, y puede ser que tengas el derecho de ser sincero, pero eso no te da derecho a ser cruel.
Jorge Fabricio Sánchez,
Montreal, Canadá