Los niños gomeros inhalan sustancias tóxicas. Ojos vidriosos, alma en un hilo, paso incierto, se dejan devorar por dragones fabulosos, inventan luces refulgentes, paisajes fantásticos, luego se estrellan en aterrizajes forzosos. Quisiera saber por qué no me tocó esta casualidad y tuve la oportunidad de crecer en una familia donde no faltó comida ni tampoco amor.
Los asesinos de medianoche afilan su cuchillo a la luz de la luna. A como dé lugar tienen que traer a casa los remedios para el último vástago, el pan para la familia numerosa, o al final, llegan a matar como quien se echa una cana al aire, sin conciencia ni remordimiento. Se evaden bebiendo, fumando, pasan temporadas en cárceles donde las cucarachas estremecen piadosamente sus antenas. Quisiera saber por qué no me tocó el mismo hado.
Los niños afectados por el síndrome de Down tienen una capacidad amatoria asombrosa, desarrollan con lentitud insólitos talentos. A los autistas les cuesta comunicarse; en sus ojos mueren sueños nebulosos apenas nacidos, así como revientan las burbujas en las aguas del estero. De repente envuelven dentro de un grito su latente rebeldía. ¿Quién decidió que yo no fuera autista, que no tuviera algún síndrome, que no se llevaran temprano mi vida en un ataúd minúsculo?
A un ser muy querido mío le tocó lidiar con leucemia. Si tenía ella seis años menos que yo, ¿por qué no me fui primero del planeta, agradeciendo la suerte que tuve de vivir tantas décadas, aceptando irme como el jugador que abandona la cancha al final del partido?
Por qué tengo automóvil en vez de empujar una carretilla? ¿Por cuál capricho del destino soy heterosexual y no asexuado? ¿Por qué tengo ojos, brazos, piernas, mientras otros carecen de vista, oído, no tienen cómo dar abrazos ni correr hacia seres amados con la impaciencia del reencuentro? ¿Por qué soy francés y no esquimal, chino, norteamericano, ruso, pigmeo, miembro de una tribu de caníbales? ¿Por qué blanco? Deberíamos siempre mirar la vida desde los extremos, aun tratándose de color. ¿Por qué no estuve en una de las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre, en cualquier avión que se estrelló en un vuelo rutinario? ¿En Las Ramblas de Barcelona, en el Malecón de Niza cuando un camión arrolló a tantas personas inocentes? ¿Por qué le tocó a mi vecino morir asesinado cuando le robaron el auto? ¿Por qué envejeció tan plácidamente Augusto Pinochet como si no hubiera pasado nada, cuando Mozart murió a los 35 años, Chopin a los 39, Schubert a los 31? ¿Por qué nos vanagloriamos por un apellido que no escogimos? ¿Por qué llamamos a la gente paupérrima “de escasos recursos”, a los negros “morenos” como si les tuviéramos miedo a las palabras? Ananké era para los griegos la diosa de lo inevitable, la necesidad, la compulsión, para los romanos se llamó Necessitas. Los griegos no podían justificar la muerte de Antígona, la de Edipo. Tedioso sería filosofar acerca de la libertad o de aquella fatalidad que inspiró a Julio Jaramillo: “Fatalidad, sino cruel que en mi rodar se llevó el más valioso joyel que tu querer me brindó”. (O)