Tenemos feria de libros a la vista: sobre la base de la Empresa Pública Municipal de Turismo, que dirige Gloria Gallardo, se levanta un mancomunado trabajo que solamente desea darle a Guayaquil una cita anual para vivir las emociones que nos producen los libros. Los lectores saben de qué hablo: desde oler las páginas nuevas a actualizarnos en materia de publicaciones, teniendo en la mitad las figuras emblemáticas de los escritores. Acostumbrados como estamos a vivir esta experiencia dentro de grupúsculos, tal vez no aquilatamos el esfuerzo que supone la invitación a la masa.
Nuestro invitado que viene de más lejos es el español Álex Grijelmo. Su nombre deslumbra a los periodistas, pero creo que menos al ciudadano de a pie. Sin embargo es el escritor que ha conseguido que la profesión eje de la comunicación tome en cuenta, con enorme responsabilidad, el instrumento con el que trabaja: la lengua española. Mis alumnos me han visto en repetidos cursos con su Gramática descomplicada (2006) en la mano, dado que la he usado como fundamental texto de consulta porque participo de su enfoque: echar abajo la mítica dificultad de aprender gramática.
En ocasiones, he tomado también como texto de clase su Defensa apasionada del idioma español (1998), del que se desprende lo que su título indica: una adhesión intensa a la lengua madre con el culto que exige, pero que debe irse complementando con libros más recientes, ya que la movilidad social del idioma va transformando las cosas. Los artículos de Palabras de doble filo (2015) nos hacen pensar –entre otros muchos– en el actual problema del plural masculino que incluye a las mujeres y en qué lenta manera las cosas empiezan a cambiar como para que un hablante varón se incluya en un plural femenino, al punto de que un anunciador diga: “las españolas hicimos unos sensacionales Juegos Olímpicos”.
¿Tienen prejuicios ciertas palabras? La respuesta es el usuario los tiene. Me convence Grijelmo cuando ejemplifica: “Es un restaurante marroquí, pero muy bueno”, en el cual la oración adversativa delata la implícita devaluación a esa cultura. O, ¿qué pasa con los barbarismos, preferentemente anglicismos en nuestro tiempo? Depredan el idioma. Y lo muestra. La sola acepción de “ignorar” por influencia de to ignore, desplaza a “desdeñar”, “despreciar”, “desoír”, “soslayar”, “marginar”, “desentenderse”, “hacer caso omiso”, “dar la espalda”, “omitir”, “menospreciar” o “ningunear”.
Provisto de un agudo sentido del oído y de la vista, Grijelmo atiende las vertientes creativas de las expresiones populares y literarias, entonces afirma que “el Diccionario no debe ser la única referencia para criticar el empleo concreto de una palabra” porque el uso viene marcado por lo que él llama “los cromosomas reconocibles” (las raíces en la morfología de las palabras) y de allí brotan derivaciones novedosas, imaginativas, que solamente deben esperar adónde las llevará el uso: si a su vigencia o a su defunción.
Pensando en otro de sus libros que amo, Palabras moribundas (2011) compartido con Pilar Mouton, donde enlista una buena cantidad de términos castellanos que están, lastimosamente, de salida del uso, aprovecho para saludar su presencia en Guayaquil con un término que ambos cultivamos: albricias.
¡Albricias por su visita, Álex Grijelmo! (O)