La reflexión sobre este vínculo, a menudo dramático, es uno de los ámbitos que aborda la bioética, cuya incidencia en la construcción de nuevos y cambiantes paradigmas sobre estos temas es significativa. La bioética permite analizar, debatir, deliberar y aportar a la decisión, siempre específica, sobre aspectos de la vida orgánica desde un enfoque científico, cultural, moral y filosófico. Es un potente proceso que genera, por su propia dinámica, una serie de posibilidades que son el producto de la apertura moral para tratar problemas en los cuales intervienen la ciencia, la tecnología y la compleja condición humana, generando en cada caso horizontes nuevos que no se hubiesen vislumbrado desde la aplicación irrestricta de afirmaciones positivas o negativas previamente generadas. La deliberación moral que caracteriza a la bioética fomenta la manifestación de los diferentes criterios e intereses en juego en cada situación que se analiza con el propósito de encontrar conjuntamente la mejor de las opciones éticas.

Tradicionalmente, el médico fue considerado como el profesional académicamente formado cuyo criterio sobre la salud del enfermo debía ser respetado a ultranza por provenir de quien adquirió las competencias necesarias para darlo. La estructura vertical y paternalista que aún se mantiene en muchos sistemas de salud en el mundo se basa aún en esta comprensión, sin embargo, esta forma de entender esta relación está cambiando y se avanza mucho en la construcción de un vínculo médico-paciente más horizontal, en el cual la voluntad del enfermo tiene cada vez más peso y sentido por la aplicación de principios aceptados como el de la autonomía de la voluntad, esencialmente.

Este modelo, paternalista, se fundamenta en algunas afirmaciones que se consideraban válidas como los tradicionales derechos y responsabilidades del médico y la exigencia de que se reconozca su autoridad científica y moral en la toma de decisiones respecto de tratamientos o enfoques frente a la enfermedad. Así, el paciente y su entorno cercano debían asumir pasivamente el punto de vista del médico, obedeciendo y confiando, debiendo además expresar su gratitud por el servicio prestado. Esta forma de vivir la relación médico-paciente deja de lado la opinión y la voluntad del enfermo, porque si es diferente a la del médico, no podía ser sino producto de la ignorancia y la debilidad moral intrínsecas al dolor y al temor generados por la enfermedad.

Hoy, el modelo está cambiando… relativamente y se incorporan algunos matices que reconocen la autonomía de la voluntad del enfermo. En este escenario, el paciente espera que sus puntos de vista sean respetados pese a que contraríen criterios médico-científicos y exige del médico capacidad profesional y competencias morales que le permitan comprender y aceptar su opinión personal. Este nuevo enfoque, autonomista, reconoce las distintas opiniones, preferencias y opciones de las personas sobre su salud, su vida y legitima moralmente el pluralismo ético –como paradigma– que respeta los diferentes juicios de valor. Se está gestando una nueva comprensión de la relación médico-paciente que promueve la autonomía de la voluntad del enfermo y exige del médico formas de comunicación amplias y empáticas, así como una cultivada actitud de respeto frente al criterio del paciente. (O)