Las imágenes del adiós se reproducen en todos lados. Se puede estar a favor o en contra del personaje, pero no se puede negar que la noticia es relevante. No se puede negar que su figura es relevante. Ha estado por tantos años al mando de este país, que muchos jóvenes lo tienen como única referencia del ejercicio del poder político.
Para quienes pintamos canitas, este podría ser considerado un episodio largo, pero no deja de ser un episodio; y, ahora, ha concluido.
Si la historia fuera clase de Matemáticas, a los presidentes ecuatorianos, atendiendo su forma de dejar el poder, podemos agruparlos de distintas maneras: los que se fueron antes de tiempo, los que luego de salir permanecieron en la palestra política, los que finalizado su gobierno se recluyeron en un exilio académico.
A estas alturas debo confesar que aún no logro concluir en qué grupo podemos incluir a Correa. Desconcertante y contradictorio como ha sido siempre, actúa al vaivén de su estado de ánimo.
Por un lado, pretende despachar desde una oficina paralela, dejando lugartenientes en el nuevo gobierno; por otro lado, ofrece un autoexilio familiar, que debemos creer ha empezado el pasado lunes; por otro, amenaza con la desafiliación si los que quedan no le “dan cuidando” el proyecto y el legado. Cambiando de opinión, según los nuevos sucesos.
Como si él mismo no se hubiera dado cuenta de que por más poder que acumule, sus días en la cima tenían fecha de caducidad desde el principio. Ha sido largo el plazo, pero la fecha ha llegado.
La medicina puede ser muy buena, pero si está caducada, no hace ningún efecto. El momento para aplicar sus recetas ha concluido. Ahora toca mirar cómo lo hacen los otros que, con seguridad, lo harán mejor en lo que se refiere al manejo de la economía y la defensa de las libertades arrasadas por la mal llamada revolución.
Tal vez es justamente esa falta de energía para soportar el silencio una de las razones por las que escogió el exilio familiar en Bélgica, o para soportar el ruido que le hacen sus detractores sin poder mandarlos a la cárcel con un solo chasquido de dedos.
Lo cierto es que el análisis sobre la figura de la persona que pretendió encarnar un Estado debemos hacerlo con todos los elementos objetivos posibles.
Uno de ellos es la plena certeza de que a lo largo de la historia de la humanidad ha quedado comprobado que los caudillos generan sentimientos extremos en sus seguidores y detractores.
En todo caso, quienes temían a la sombra del personaje pueden sentarse tranquilos, pues por ahora nos ha ofrecido descansar de nosotros. Y dejarnos descansar de él.
Aunque con franqueza, la incertidumbre sobre el manejo del autoexilio es una razón poderosa para no atrevernos a vaticinar en qué conjunto de presidentes se podrá agrupar a Rafael Correa.
Como siempre, debemos confiar en que el tiempo todo lo aclara. Ahora solo sentémonos a esperar el desenlace del adiós, para completar esta página lamentable de la historia ecuatoriana. (O)










