Es lo más parecido a una selfie, aunque todo el mundo sabe que al otro lado está un fotógrafo profesional. Fue hecha profesionalmente porque el objetivo demandaba todo el cuidado del mundo. Al contrario de las fotos antiguas, las del hermoso blanco y negro, en que la seriedad era norma puntillosamente seguida, en las actuales se impone la risa. En esta, tan actual y tan cuidadosamente posada, todos ríen. Bueno, casi todos, porque el personaje central apenas sonríe. Es que la diferencia entre risa y sonrisa no es un asunto gramatical. Cada una de ellas es un estado de ánimo, es una respuesta diferente a un mismo estímulo. La risa demuestra felicidad y satisfacción, la sonrisa insinúa resignación. Los unos se ven felices, el otro, el del centro del encuadre, hacia quien debe dirigirse el ojo observador, no puede ocultar su resignación.
El secretismo con que se manejan estos asuntos impide saber qué hablaron –y en qué tono lo hicieron– antes y después de la foto. De lo que no hay duda es que se trató de un recurso político muy hábil y eficiente. Cuando vieron que los pasos iniciales del Gobierno no seguían la ruta trazada por el líder máximo y que no se ceñía a los libros en que le decían hasta cómo deberá saludar, entendieron que había dos opciones. Por las buenas o por las malas, sin medias tintas. Las malas no eran las más aconsejables para momentos tan tempranos. Si no ha cumplido ni el primer mes de los cuarenta y ocho que le corresponden y si tiene a su favor una opinión pública que siempre premia a los mandatarios que se inician, no se podía optar por la pelea abierta. Los cálculos señalan que esta vendrá después, cuando la popularidad se desgaste por las medidas que deberá tomar para componer algo de la desastrosa situación que heredó. Pero no para ahora. Menos aún si para nadie era desconocido que la imposibilidad de tapar el hedor de la corrupción iba convirtiendo al heredero en sepulturero.
Había que ir por las buenas. Hacia adentro y hacia afuera, era necesario enviar el mensaje de unidad. De paso, había que hacerle saber a él que si se mueve no sale en la foto: sale de la foto. Es la foto de familia, de las que se hacen el día del matrimonio del hermano, de la primera comunión del sobrino, de la muerte del abuelo. Sí, porque incluso en la muerte hay que decirle whisky a la cámara, no vaya alguien a pensar que una compañía resulta molestosa. Esta, la de la familia altiva y soberana, tiene algo de todos esos momentos del recuerdo. La alegría del reencuentro. La pena del entierro de un gobierno que, ahora se sabe, nació sin vida. Están los que deben estar. Los que desde sus altos puestos, con toda la información a su alcance, nunca supieron lo que pasaba a su alrededor. Los que dejaron escapar a los corruptos. Los que ríen. Y el que sonríe. (O)