Esta frase, en alemán, es el título original de la encíclica del papa Pío XI publicada el 14 de marzo de 1937, que plantea la posición de la Iglesia católica en la Alemania nazi. En español significa “Con ardiente inquietud”. En ese documento se escribe: “…todo aquel que tome la raza, o el pueblo, o el Estado, o una forma determinada de Estado… y los divinice con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios”, una directa crítica condenatoria a las teorías raciales que fundamentaban la posición del Gobierno alemán. Las relaciones de la Santa Sede con la Alemania nazi estuvieron marcadas por el gran temor que inspiraba ese régimen y el control que ejercía sobre toda la sociedad. Las dos partes suscribieron acuerdos que fueron juzgados en ese momento y, posteriormente, como demasiado complacientes con el Gobierno alemán que radicalizaba sus políticas de exclusión de grupos marginales como judíos, gitanos, discapacitados, prisioneros de guerra, afroalemanes y presuntos antisociales, buscando eliminar las llamadas amenazas raciales a través de una perpetua purga social.
Con ardiente inquietud, muchos ecuatorianos ven la actual situación social del país. Las acciones políticas, impulsadas dramáticamente por el afán de triunfar en las futuras elecciones y ejercer el poder, muestran su lado más agresivo y perverso, sin ninguna consideración por otras formas culturales. El objetivo de ganar sin importar el precio arrasa con cualquier otro elemento de la estructura social como valores y principios humanistas. Frenéticamente, de manera desalmada e implacable se avanza en defensa de ideologías, utilizando para que estas se impongan todo tipo de argumentos e instrumentos, manejando el tiempo mediático y utilizando a las personas en esa sombría tarea. Los medios de comunicación, los individuos, los sistemas de información, así como la estructura social y jurídica están al servicio de ese fin obsesivo y destructor. No hay lugar para el descanso ni opción para tomar un respiro, pues es preciso convencer y seducir para lograr el voto. El esfuerzo de sus actores es enorme, imbuidos de combatividad, convencimiento, certeza, ira y muchas veces impudicia… todo porque consideran que tienen razón y que deben imponerla electoralmente, cueste lo que cueste.
La gente anonadada, en estado de shock… tristes, porque no hay alegría en esta lucha política, sino rostros crispados, dientes apretados y puños cerrados. Las personas perplejas y amilanadas, temerosas y sometidas. Susurrando… sottovoce, con miedo. Llenos de prudencia, azoramiento e incertidumbre por ellos y sus familias, como los personajes de Kafka, como Gregorio Samsa de La metamorfosis, que despierta una mañana convertido en un inmenso insecto, o Joseph K., de El proceso, que no sabe por qué está preso, indefensos individuos arrasados por sistemas oscuros e inhumanos que funcionan como máquinas inorgánicas, sin alma y sin corazón.
Se pierde la inocencia. Lo biológico y lo espiritual están relegados a categorías que le sirven a la política. Todo parece mecanizado, duro, industrializado, sórdido, sin ánima ni espíritu. La organización social se muestra como una máquina comparable a un pesado y oscuro artefacto que aplasta a la gente, ya casi sin sueños. “Mit brennender Sorge”, sí. Dolorosamente. (O)