El aula tiene unos cuatro por seis metros. Blanca y limpia. Paredes con perfectas infografías estadísticas. En este espacio cedido por el colegio Benigno Malo, el artista guayaquileño Juan Carlos León desarrolla una interesante e inteligente estrategia contemporánea para determinar “el color de la democracia”.

Se trata de una “instalación multimedia con modelo robótico” que recibió una mención de honor en el marco de la XIII Bienal de Cuenca, cuyo eje en esta ocasión fue Impermanencia. La mutación del arte en una sociedad materialista.

El autor lo explica así: “La combinación de los colores de cada bandera (del partido o movimiento político que ha gobernado o legislado en democracia) resulta en un color específico que, en proporción con el número de escaños obtenidos (en el Congreso o la Asamblea), se mezclará para obtener un color por cada periodo legislativo, y a su vez la combinación de los colores resultantes de cada periodo da como resultado el color de la democracia”.

A esta infografía estadística y cromática expuesta en las paredes se la complementa con un mecanismo llamado “visualización líquida”: mediante un sistema informático se monitorean todos los tuits de los candidatos a la presidencia y la Asamblea y algunos personajes políticos del Ecuador. Por cada tuit el mecanismo suelta una gota de pintura, y por cada gota hay una secuencia de movimiento de un ala robótica de cóndor. En el otro extremo una única pluma gira incansablemente representando –cuestionando– el acto cíclico e inútil que le corresponde al ciudadano como una especie de migaja democrática: las elecciones, el voto, el sufragio, la jornada electoral, los comicios…

Una obra que implica una enorme investigación política, mucha imaginación y aplicación robótica, y una incuestionable crítica a estos tiempos en los que las redes sociales y la tecnología parecen ser los artífices democráticos que marcan el destino del país cada vez que nos convocan a las urnas. En lo personal, le hubiera incorporado un potente ventilador que diligentemente soplara sobre excremento humano hasta que este saliera despedido a diestra y siniestra en una frenética y orgiástica batalla 2.0. Digo, para que la cosa se torne un poco más aterrizada en lo que la actualidad nacional nos ha mostrado como la característica de la campaña.

Los curadores de la obra también tienen su propia conclusión sobre la muestra: “…el color obtenido es una sombra insípida y turbia y expresa en sí el sentido de desconexión entre el proceso electoral y una educación y conciencia elevada de aquellos ciudadanos cuyas convicciones políticas y cívicas terminan una vez que han votado, cuando en realidad –viene a decirnos el artista– la urna electoral es apenas el inicio del compromiso total y activo de cada quien con la democracia”.

Interesante e inteligente apuesta artística que reúne los elementos contemporáneos aplicados a la campaña: un tuit, una gota de pintura, un aleteo robótico del ave emblemática que se alimenta de carroña. El resultado, el color de la democracia ecuatoriana y el olor nauseabundo resultante de un intercambio grosero e infame de denuncias cuya profundidad no merece más de 140 caracteres.

Así pues, se reconfirma que el arte también cuestiona, impulsa, reflexiona, participa, sacude, obliga.

Como para no perderse. (O)