Pocos días atrás se conmemoró el aniversario número 135 del nacimiento del economista austriaco Ludwig von Mises, gran defensor de la libertad, y para muchos, uno de los economistas más importantes y trascendentales de todos los tiempos.

Mises, en su afán por demostrar el problema de las economías intervenidas y planificadas desde la autoridad, explicaba que la mejor manera en la que el poder puede mejorar el bienestar material de las masas es establecer y preservar un orden institucional. Para Mises, las instituciones sólidas no admiten obstáculos para la acumulación progresiva de nuevos capitales, ni para su utilización en el mejoramiento de las técnicas de producción.

Sin entrar a analizar temas tributarios de países ricos en recursos como Ecuador y Venezuela, resulta difícil creer que estos gobiernos cuyo gasto público rodea el 40% del PIB apenas puedan mantener robustas sus instituciones. Lejos de ello, algunas incluso se dedican a cazar brujas sin descanso, como si buscaran un fallo para entrometerse. Como decía hace poco un columnista de este Diario, por medio de instituciones como el Servicio de Rentas Internas o la Superintendencia de Control del Poder de Mercado, el Gobierno ecuatoriano se dedica a multar a diestra y siniestra a la empresa privada por supuestas acciones antimercado, en lugar de fomentar prácticas promercado y lograr que este funcione mejor para beneficiar a las masas, en palabras de Mises.

Si al menos el gasto público aumentara a favor de una solidez institucional, esto nos diera para pensar que los recursos están siendo bien utilizados. Pero los casos de corrupción van en aumento, es decir, los recursos están yendo a unos pocos bolsillos, lo cual entiendo, era justamente lo que un gobierno de “manos limpias” quería evitar. Por si fuera poco, este año, el nivel de gasto corriente (conformado por salarios del sector público, arriendos, servicios, etc.) aumentó un 8,5% de enero a abril, en relación con los primeros cuatro meses de 2015. Los gastos de inversión del Estado en ese mismo periodo bajaron un 6,5%, es decir, se sacrificó la inversión pública, pero el gasto corriente aumentó. La pregunta es, ¿el sistema mejoró?

Además, los límites de los poderes del Estado son ambiguos y esto tiene que ver con una débil institucionalidad. La separación de poderes es un elemento esencial en un Estado de derecho. Recordemos que antes del 2006, aunque no teníamos instituciones incorruptibles, al menos el Congreso, Tribunal Supremo Electoral y Tribunal Constitucional existían como instituciones independientes del Ejecutivo. Hoy parecen tomar decisiones en conjunto.

Ahora el candidato presidencial del partido del gobierno propone no bajar impuestos y aumentar aún más el gasto público que, con los antecedentes de esta última década, esto parece decir entre líneas, más obstáculos para la acumulación progresiva de nuevos capitales y, aunque resulte paradójico debido al alto gasto, instituciones frágiles.

Si el gasto público del Ecuador es uno de los más altos en Latinoamérica, al menos deberíamos contar con esas instituciones sólidas de las que hablaba Mises, pues ¿de qué nos sirve un Estado obeso con instituciones escuálidas? (O)