Con estos términos se refirió Debussy a la música de Grieg. Eso recordaba mientras la Orquesta Sinfónica de Guayaquil celebraba los cincuenta años de vida del Centro de Arte León Febres-Cordero. Estamos hablando del primer soplo de vida en tan ambicioso proyecto, cuando un grupo de mujeres, con mucha tenacidad, luchó para concretar el sueño; pasaron los años: ya están las bodas de oro. La Sociedad Femenina de Cultura es motivo de orgullo para todas las mujeres de este país. A este teatro llegaron Rafael, Alberto Cortez, Paco de Lucía, Marcel Marceau, el Teatro Negro de Praga, José Carreras, los mejores artistas y solistas nacionales. Cuando se forjaba el proyecto del Centro de Arte, nacía el Puente de la Unidad Nacional (1970). Recuerdo con cierta nostalgia haber anteriormente y varias veces cruzado el río Guayas a bordo de una gabarra. Para celebrar aquellos cincuenta años, se escogió a la Orquesta Sinfónica de Guayaquil para que interpretase el concierto en la menor de Grieg con Juan Carlos Escudero como solista. A pesar de lo que dijera Debussy, Franz Liszt adoptó con entusiasmo aquella obra y la interpretó en Roma. A los 15 años, Grieg había escuchado el concierto de Schumann interpretado por Clara, viuda del compositor, fue la chispa que encendió su vocación. Extraño concierto el de Grieg que se inicia con un redoble del timbal y vigorosos acordes del piano, la orquesta entra luego. Recuerdo haberlo escuchado en público interpretado por Samson François cuando yo era estudiante y tenía apenas 17 años. Se convirtió en una de mis obras predilectas con el de Schumann, luego los de Beethoven, Mozart, Brahms, Rachmaninov, Tchaikovski, Saint Saëns, Stravinski, Bela Bartok. Seguí la carrera de Juan Carlos desde sus inicios, su formación con Reynaldo Cañizares. Cuando llegó a tocar los estudios trascendentales de Franz Liszt, los conciertos de Prokofiev, supe que el brillante alumno se había convertido en maestro. Aprecié mucho aquel concierto de Shostakovich en el que solo lo acompañaron un quinteto de cuerdas y una trompeta. Juan Carlos, por tener dominadas la parte técnica y la digitación pudo dedicarse a la interpretación, a la expresividad que le dicta su gran sensibilidad. A propósito de la trompeta, Franz Liszt, quien leyó a primera vista la partitura, aconsejó a Grieg usar una trompeta en el segundo movimiento. Muy felizmente, Grieg prefirió quedarse con los violonchelos. Lo que nos cautiva en este concierto de añoranza escandinava es la riqueza de las diversas melodías. Juan Carlos Escudero puso el alma en la parte lírica llegando de pronto al pianísimo, pero afirmando con vigor los acordes del exultante final. Desdichadamente, no logramos todavía en el Centro de Arte evitar los intempestivos aplausos que pueden desconcentrar a los músicos entre movimientos. Aquello no suele suceder en el Centro Cívico.

David ha hecho de nuestra orquesta lo que es ahora. Dirigió con alma armenia, con aquella sutileza que suelen tener los directores rusos en los matices, “crescendo y decrescendo”. Harutyunyan llevó con sedosa dirección el tan romántico segundo movimiento con gestualidad precisa, temperamento propio. Casado con una ecuatoriana, padre de un hijo armenio-ecuatoriano, encontró su felicidad en esta tierra y de cierto modo se siente en su forma de dirigir un equilibrio personal unido a su amor por la orquesta. (O)