El día 6 de este mes se ha presentado el informe sobre la guerra de Irak y la participación de Gran Bretaña, que el primer ministro de ese país, Gordon Brown, le encargó a una comisión presidida por John Chilcot, miembro del Consejo Privado, en el año 2009.
Durante los años transcurridos la comisión consultó 150.000 documentos y entrevistó a 150 testigos.
Los principales motivos de la guerra, según lo planteó el entonces presidente de Estados Unidos, George Bush, eran que Irak estaba en posesión de armas de destrucción masiva lo cual era un peligro para la seguridad internacional y que su gobierno tenía vínculos con Al Qaeda. Sin embargo, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no aprobó la operación militar. Bush contó con la colaboración, en distinto grado, del primer ministro británico, Tony Blair, y del presidente del Gobierno español, José María Aznar, en cuyos países hubo explícitas manifestaciones de desacuerdo por una posible participación en una incursión armada. Blair y Aznar arriesgaban el respaldo de los ciudadanos y su prestigio. Ellos lo sabían y el informe Chilcot da a conocer que se reunieron los días 27 y 28 de febrero de 2003 para acordar una estrategia de comunicación para dar la impresión de que “estaban haciendo lo imposible para evitar la guerra”, cuando ya conocían que la decisión definitiva estaba tomada en Washington.
Las conclusiones del informe, resumidas por el diario británico The Guardian, son las que abrevio a continuación:
La prueba de que existían armas nucleares en Irak eran inconsistentes.
Irak no era una amenaza para el resto del mundo, se exageró su capacidad nuclear.
No se agotaron todas las vías diplomáticas antes.
No había un plan claro para después de la invasión.
No tuvieron suficientemente en cuenta las posibles bajas civiles.
Todo esto se había dicho antes, pero el informe tiene el valor de ser realizado por petición del Gobierno de uno de los países que participaron en la guerra, siendo el primer ministro que lo encargó coideario de Tony Blair y de que siete años después, en otras circunstancias, el Gobierno autoriza que se lo haga público.
El Gobierno, la institución, no ha tratado de esconder la verdad; al contrario, si había dudas, las despejó. El primer ministro que, es de suponer, se dio cuenta de que su partido se perjudicaría, ordenó la realización de la investigación. No soy una experta en política británica, pero de lo que se sabe puedo concluir que fue más importante la decisión institucional que los intereses del partido. En otras palabras, percibo una diferencia clara entre el Gobierno y el partido gobernante, como debe ser.
Pero en contraste, el informe afirma que Blair y Aznar se reunieron para pensar una estrategia que les dijera a sus pueblos una mentira porque convenía a sus intereses políticos particulares. Esto no es raro, sucede algunas veces, en que incluso se gasta mucho dinero para campañas que ofrezcan o alimenten imágenes o criterios falsos, lo que vuelve muy importante educar a la ciudadanía en la lectura crítica de la palabra y de la imagen, para que aprenda a buscar la verdad y a identificar el engaño. (O)