En estos días se ha hablado mucho de candidaturas y de precandidaturas, y ha vuelto a ser tema de primera discusión la unidad de la oposición para enfrentar al oficialismo en las próximas elecciones generales para las cuales faltan apenas siete meses sin que existan candidatos declarados, con la sola excepción de Guillermo Lasso.

Al igual que otras veces, al igual que siempre, muchas tendencias o corrientes tienen como identificación común su oposición al Gobierno, su crítica acerca del mal manejo administrativo, de su deficiente conducción de la economía, de su irrespeto a los derechos humanos y a la libertad de expresión, pero eso no implica, como parece entender un buen segmento de la población, que se tienen que poner de acuerdo, necesariamente, en candidaturas únicas. Eso no va a ocurrir nunca, habrá como otras ocasiones tantos precandidatos cuantos individuos se requieren para formar un equipo de fútbol con suplentes incluidos, y luego de la correspondiente depuración quedarán seis o siete candidatos presidenciales para disputar las papeletas en las urnas.

La inclinación ideológica de los electores es solo uno de los elementos a tener en cuenta al momento de hacer un pronóstico electoral, porque lo que realmente impulsa al elector es su simpatía o antipatía hacia un postulante. La presencia en el candelero y el relativo éxito de figuras políticas que han transitado alegremente por varias formaciones políticas nos conduce a pensar que la orientación ideológica no importa tanto al electorado cuanto su confianza personal en el hombre/mujer candidato. Además, al no tener el votante una estructura ideológica –sólida o no– vota por quien más lo mueve o convence en los días previos, cercanos a la elección, y esta es una de las razones para que las encuestas fracasen en sus vaticinios como ha ocurrido recientemente en las elecciones presidenciales de Argentina y de España, y en la escogencia impensada y sorpresiva de Trump como candidato republicano en Estados Unidos, para felicidad de los demócratas ante un oponente así.

A lo dicho hay que agregar, aunque duela decirlo, que hay gente muy necesitada que vota por quien cotiza mejor su voluntad (según Vargas Llosa en Cinco esquinas, Penguin Random House, Barcelona 2016, “demasiado pobre para darse el lujo de tener dignidad”), aunque el ciudadano en el acto reservado y secreto de votar pueda vengarse del mundo y de quien lo quiso comprar haciendo lo que mejor le parezca sin obedecer a nadie, sobre eso no hay control, factor que también hay que tener en cuenta a la hora de pronosticar resultados.

Finalmente, por lo menos para efectos de este corto y limitado análisis, es un hecho muy importante la circunstancia real de que la población joven –no digo la de mayor edad– no encuentra dónde trabajar aunque busca afanosamente empleo, lo que hace suponer –por la importancia que en la vida diaria tiene el trabajo– que no están contentos con la situación actual del país, lo que implica la alta probabilidad de que su candidato sea alguien que le dé confianza y esperanzas de que cambiará las cosas, que hará, en muchos aspectos, lo contrario del Gobierno en funciones.

En las futuras campaña y elecciones la palabra clave será cambio, y triunfará quien brinde al pueblo más seguridad de que podrá lograrlo, que no se trata de una nueva aventura. (O)