Cuando me hablan de la violencia que reina en Ecuador recuerdo que en mi propia tierra, hace tres años, fui atacado a las 06:30 de la mañana mientras me alistaba para subir a mi vehículo. Los dos asaltantes me insultaron, me partieron el cuero cabelludo con un puño de acero. Eran marroquíes, pude entender perfectamente las groserías que proferían en árabe mientras revisaban mis bolsillos, maldiciéndome a mí y a la religión de mis padres. La violencia es un fenómeno mundial.

El estrés puede sacarnos de casillas, pero la falta del sentido del humor sigue siendo una grave carencia. Quien se ríe de los demás no tiene probablemente la suficiente capacidad para burlarse de sí mismo. Por lo general, las injurias son una mezcla de rabia y falta de argumentos, es desesperante ver cómo se desquician tan inútilmente los insultadores. Recuerdo unos versos sin que pueda rememorar el nombre de su autor: “Con tal que sus ramajes se extiendan como espléndidos boscajes, ¿qué caso habrá de hacer el cedro erguido del fango corrompido donde sus plantas posa, ni del cieno con que el pequeño mísero gusano, de torpe envidia lleno, quiera manchar su tronco soberano?”. Con tan largo mensaje literario, dejó boquiabierto a quien pretendía ofenderlo. Creo en la magia perversa o divertida de las palabras. Otra estrategia consiste en contestar con una ancha sonrisa, usando un idioma que no conozca la persona ofensora o inventando un lenguaje estrafalario. A lo mejor podemos tener en reserva un par de frases en hebreo, en latín o en griego. Fue lo que hizo el tenista Andy Murray, sin sulfurarse, al decir a su adversario en el idioma checo algo como “jódete nomás”. Decir “vástago de hetaira” es una forma elegante de traducir en idioma culto el hdp tan grosero. El “jódete” es también aquel mensaje que pudieron descifrar quienes leyeron en sus labios lo que su majestad la reina doña Letizia lanzaba a su señor esposo con una mirada fulminante. Internet se especializa en mostrarnos aquellos desvaríos.

Insultar está al alcance de cualquier persona sin que importe su nivel cultural. Puede ostentar mayor elegancia cuando usa la ironía, el sarcasmo, sobre todo cuando nos hacen preguntas de obvia respuesta. Si nos ven acostados en la cama, con los ojos cerrados, la luz apagada, y preguntan: “¿Estás durmiendo?” ¡No!, estoy entrenando para cuando me muera. La persona más inteligente será siempre aquella que sepa poner un punto final a un intercambio de agresiones verbales, quien pierde los estribos puede caerse del caballo. Debemos aprender a guardar nuestra sangre fría, impidiendo que se nos suba a la cabeza. La hipersensibilidad suele ser, en muchos casos, un mecanismo de defensa. Tenemos todos cierto aguante para las reacciones, mas por un insulto cualquiera ciertos individuos son capaces de descerrajarnos un tiro en la cabeza o caernos a golpes.

El ego sigue siendo el gran culpable, cuando más grande se vuelve más vulnerable se pone. Lo graficó el genial insultador Juan Montalvo: “Los hombres no serán felices sino cuando se tengan todos por hermanos y dejen de oprimirse y destruirse unos a otros”. Sigamos aprendiendo. (O)