Juanita era sin lugar a dudas una de las chicas más inteligentes del grado, tímida, calladita pero conocedora de teorías novedosas que en un colegio de monjas estaban más que prohibidas. Su padre, un respetable líder socialista, le había contado la vida desde un punto de vista muy distinto al que nos habían contado a las otras niñas nuestros padres velasquistas, poncistas, cefepistas o liberales. Juanita era retraída, casi siempre andaba sola, por eso, ser su amiga y aprender sus canciones revolucionarias era un verdadero privilegio. En voz bajita, mientras en la clase de Historia la señora Marianita explicaba quién era Winston Churchill, o en la de Matemáticas el señor Rodas insistía en hacernos entender los quebrados, ella cantaba: ¿Qué culpa tiene el tomate que tranquilo está en su mata, si viene un tal hijueputa y lo mete en una lata? No sé si yo llegaba a entender el sentido de la canción, pero recuerdo que me hacía mucha gracia la “mala palabra”. Ahora, una pila de años después, esta estrofa me da vueltas en la cabeza, me resulta actual, vigente, sin tiempo.
Hoy por hoy, en la segunda década del siglo XXI, en toda Latinoamérica bien podríamos hacer algunas variantes a la cancioncita y cantar, por ejemplo, ¿qué culpa tiene el convento que tranquilo está en su pampa si viene un tal hijueputa y esconde allí su plata? Porque hay muchas cosas que los ciudadanos de a pie nunca entenderemos. ¿Qué culpa tiene la presi que tranquila está en su casa, si viene el pana, le tienta y le hace meter la pata? ¿Qué culpa tiene el alcalde que ha hecho zonas caninas, si los dueños paseadores dejan cacas como minas?
Lo cierto es que los latinos seguimos empantanados en la indisciplina, en la viveza, en el desorden. ¿Por qué no cumplimos las leyes, qué nos hace incumplirlas yéndonos incluso contra el sentido común y el respeto a nosotros mismos? No entiendo por qué es tan difícil mantener limpias nuestras ciudades. Limpias en toda la extensión de la palabra.
Las noticias nos revelan que la corrupción no tiene fronteras ni ideologías, a la larga o a la corta la ambición y el arribismo pueden más que cualquier principio. Y no podemos olvidarnos de que el cohecho es un delito de ida y vuelta, tan mal obra el que da como el que recibe. Siempre se habla de funcionarios corruptos, de secretarios de Estado vivísimos, de gerentes de petroleras ladrones, pero no delinquieron solos, algún empresario privado, algún estudio jurídico “respetable” o algún amigo “bien intencionado” los tentó, casi casi como Eva a Adán y ellos, pobrecitos, se dejaron tentar.
Sí, es una pena ver que la corrupción no tiene ideología, ni nacionalidad, ni sexo, ni color de piel, que retrasa por igual a todos los pueblos, que enriquece a pocos a costa de la pobreza de muchos. Es triste ver que esto no tiene componte.
¿Qué culpa tienen el ministro, el militar, el curita o el médico, que tranquilos están trabajando por un país mejor, si viene un desgraciado, les ofrece plata y ellos no pueden decir no, gracias? (O)