Venezuela ha dejado de ser un país para convertirse en un remedo de él. Solo un entontecido por la ideología o el fanatismo no alcanza a ver el descalabro que sufre esa nación y el padecimiento de su gente, hermanada a la nuestra por la historia. Sin alimentos, sin medicinas, aterrados por la inseguridad, con los servicios básicos colapsados, los ciudadanos no aguantan más: su rescate es casi una labor humanitaria. Y si a todo eso –que no es poco– se le agregan la inflación proyectada para el 2016 del orden del 700%, los abusos de poder y el irrespeto a los derechos humanos, tenemos un cuadro doloroso, vergonzoso e indignante.

Por muy malos que hayan sido los gobernantes que antecedieron a Chávez y los partidos que permitieron el nacimiento de un caudillo autoritario, Venezuela no se merece un presidente como Maduro, alguien que no es portador del más mínimo equipaje de educación formal y de estructura cultural. Por eso no es posible pensar que Maduro en algún cercano momento comprenda a plenitud el desastre al que ha llevado a su país por su ineptitud manifiesta.

Es plausible la actitud del secretario general de OEA de tomar la decisión de convocar al Consejo Permanente para analizar y resolver sobre la crisis de Venezuela dentro del marco de la Carta Democrática Interamericana, por el deterioro evidente de la institucionalidad, por el sesgo dictatorial del régimen que quiere impedir a toda costa el funcionamiento de un procedimiento constitucional y legítimo como es un referéndum revocatorio que decida, a través del voto popular, si continúa o termina el oprobioso régimen “madurista” que ha cometido con insistencia enfermiza una arbitrariedad tras otra.

Lo que los ciudadanos de las Américas en su mayoría demandan es que rija en Venezuela un real Estado de derecho y que funcionen los mecanismos que activan la democracia, concepto que implica o comprende libertad personal (no presos políticos), libertad de prensa y de movilización, derecho a la crítica, jueces independientes, posibilidad de denunciar, de protestar, de expresarse, nada de lo cual existe el día de hoy. Por el contrario, hay un déficit permanente de legalidad y una erosión acelerada de la justicia que responde y defiende al régimen, en suma, un subdesarrollo democrático resultado de años de manipulación de un chavismo alienado que postró más al país en vez de rescatarlo del lugar en que lo habían dejado los cogollos políticos que dieron origen a la feria demagógica. Y a todo el desgarro político hay que adicionar lo más lacerante y elemental: las profundas dificultades para la vida diaria.

Venezuela necesita una catarsis profunda que la libere de los demonios antidemocráticos y que la limpie de una tiranía poco alfabetizada que la tiene sumida en una situación humillante. Los países americanos, convocados por la OEA, tienen en los próximos días una cita ineludible con la historia para lograr, por lo menos, que funcionen los procedimientos constitucionales aprobados por el pueblo cuya activación se quiere impedir porque tienen claro, al fin, el repudio popular al Gobierno. (O)