Aunque ya otros colegas han tratado el asunto en estas páginas, es imposible abstraerse de comentar acerca de las sociedades creadas fuera de la residencia habitual de quien las forma, porque esa es la comidilla mundial del momento que, además, ha tenido a mal traer a muchas personas conocidas en el globo, generalmente emparentadas con el poder, el dinero o la fama, que es casi decir lo mismo puesto que son conceptos que muchas veces se entremezclan.

Tener una compañía mercantil en un lugar distinto a aquel en que el sujeto habitualmente vive no es necesariamente delictivo, pero lo más común es que una sociedad offshore tenga el propósito de proteger a su creador de las agresiones fiscales y de otro orden, y también de evadir responsabilidades de la misma naturaleza. Es un sistema mundial de ocultamiento de dinero, no necesariamente dinero ilícito; simplemente a mucha gente no le gusta que los demás se enteren de que tiene dinero a pesar de haberlo conseguido honestamente, al contrario de otros que disfrutan con la ostentación, pero ambas son expresiones conocidas y contrapuestas del ser humano.

Hay países que secularmente han protegido las fortunas confiadas a sus instituciones financieras, no solo Panamá, nuestro pariente latinoamericano al que se quiere demonizar, sino en el mismo Caribe, como Cayman Island, Bahamas o British Virgin Island y en otros continentes como Singapur o Seychelles o en la propia Europa como Liechtestein, Andorra o Mónaco, o en Nevada, Wyoming, Delaware o Dakota del Sur, en Estados Unidos, cada uno con sus variantes o particularidades en relación con los demás, por lo que no se ha descubierto nada nuevo, con lo que tampoco quiero decir que por viejo sea bendecido. A pesar de ser lícito se presta para muchos ilícitos.

Los capitales –especialmente los que no son muy limpios– buscan para su refugio aquellos países que tienen, porque les conviene, legislaciones débiles o permisivas tanto para no exigir mayor claridad en algunos datos que deberían ser indispensables, como para amparar la opacidad de ciertos ingresos, y escapar de tributos. Pero hay que decirlo sin miedo y sin complicidad, una sociedad de esa naturaleza no siempre es sinónimo de algo torcido, con mayor razón cuando se crean para establecer negocios que dan limpiamente la cara.

Estoy seguro de que muchas de las compañías offshore ni siquiera tienen una cuenta corriente bancaria activa, pues solo son dueñas de inmuebles cuyos propietarios no quieren que aparezcan con sus nombres en el registro o índice de su país (protegiéndose de los secuestros, las guerrillas y las extorsiones que hace unos años eran pan de cada día), pero asimismo, un gran porcentaje de esas empresas, más virtuales que reales, fueron creadas para ocultar dinero mal habido y transacciones no muy santas.

En todo caso, le corresponde a la autoridad investigar la procedencia de los fondos en las empresas que mueven cifras considerables. Y como el tema, delicado por cierto, involucra el concepto central de transparencia, sería muy saludable para todos los ciudadanos del mundo, conocer cómo se llevó a cabo una investigación tan amplia, detallada, secreta y prolija mediante la utilización de los mecanismos actuales de la informática, y por supuesto cómo se filtró lo investigado porque parecería que todavía no iba a ser divulgado. Si se trata de clarificar, es mejor dejarlo claro todo. (O)