Una vez que el hemisferio sur ha empezado a despertar del sueño (o más bien la pesadilla) revolucionario, el mundo entero contempla atónito lo que sucede en el “gran imperio” del norte.

Los “cholitos” estamos acostumbrados al circo y el griterío, donde los partidos ganan elecciones no por sus ideologías, sino por postular a modelos y cantantes. Nos vemos obligados a escoger en papeletas que parecen pergaminos egipcios, con listas y partidos que no sabemos qué pregonan y candidatos que no resultan de ningún proceso de selección previa que garantice su competencia para el cargo.

Eso acá ya no sorprende a nadie ni es noticia de primera plana; al contrario, con tristeza nos hemos resignado al folclórico paisaje electoral de América Latina.

Pero ¿qué pasa si de pronto esta forma de hacer campaña invade Estados Unidos? Las elecciones presidenciales en ese país pintan un panorama inédito en su historia republicana, con unas primarias que se han convertido en un circo de mal gusto, cuyos payasos son nada más y nada menos que los mismísimos aspirantes a la Casa Blanca.

Por primera vez vemos un partido cuyos aspirantes se despedazan entre sí, descalificando y agrediendo, poniendo en duda la capacidad de sus compañeros de filas y desprestigiando a su propio partido.

Mientras, el partido de gobierno se presenta con dos candidatos tibios que no logran convencer al electorado, porque por un lado enfrentan acusaciones en cargos previos; y, por otro, la sombra de un temido socialismo.

¡Pobres votantes norteamericanos! Su vida era tan sencilla hasta ahora. Sus candidatos exhibían hojas de vida con trayectorias largas y diversas, que garantizaban la experiencia y conocimiento de una labor que no deja de ser, en primer lugar, un servicio a su país. Y de pronto, el sueño del votante se ve interrumpido por una dura realidad: tener que elegir al menos dañino. Me recuerda tanto a nuestra propia historia.

Será que la sociedad norteamericana no ha logrado transmitir a sus nuevos líderes y votantes los valores tan sólidos que inspiraron a los padres de la patria?

Digo esto porque si vemos que el circo gusta, el discurso de Trump logra adeptos y las cabezas de los partidos tiemblan, es porque algo está cambiando; algo está sacudiendo sus raíces. Algo tan fuerte que afecta la conducta de la sociedad como un todo.

Y aunque se diga lo que se diga, lo cierto es que esta nueva forma de hacer política nunca vista en el imperio será un paso importante hacia nuevas tendencias que antes les eran ajenas; y si bien podemos mostrarnos indiferentes ante la idea de que el desenlace pueda modificar el panorama interno de los “americans” para siempre, no podemos sino preocuparnos porque ese mismo desenlace puede inclinar al mundo entero hacia ciertas prácticas e ideologías que antes eran casi exclusivas de los subdesarrollados.

Lo único cierto en este momento es que la “democracia perfecta” ha comenzado a sufrir el embate de los vicios que los demás hemos vivido por décadas. Aunque claro está, estamos todavía a algunos años luz de distancia.

Aunque me declaro no aficionado a su música, para cerrar esta columna, cito la siguiente reflexión de Ricardo Arjona, extraída de una de sus canciones, que cae como anillo al dedo:

“… Si el norte fuera el sur, sería la misma porquería… seríamos igual o tal vez un poco peor…”. (O)