“La mujer es voluble, como una pluma en el viento, cambia de ánimo y de pensamiento. Siempre su amable y hermoso rostro, en el llanto o en la risa, es engañoso”. “…Es siempre desgraciado quien en ella confía, quien le entrega, incauto, su corazón”. ¿Quién dice esto, algún anacrónico macho? No, nadie menos que Giuseppe Verdi, el gran compositor italiano del siglo XIX, en la hermosa aria de su ópera Rigoletto. Pero como en toda representación, las palabras hay que tomarlas del personaje que las pronuncia, el Duque de Mantua en la obra, seductor de mujeres solteras y casadas.

No es el único agravio de la ficción. William Shakespeare, manifiesta en labios de Hamlet: “Fragilidad, tienes nombre de mujer”. Alude a su madre, quien un mes después de la muerte de su esposo, el rey de Dinamarca, se desposa con el hermano de aquel, convertido en el nuevo monarca. Mas, el escritor inglés no era misógino. En El mercader de Venecia, le confiere gloria a la mujer, Porcia se disfraza de hombre, como abogado salva la vida de un ciudadano y le da una lección a su marido.

En el baúl de los productos masculinos, abundan los oprobios a las mujeres. Y recientes: En la canción Mujeres divinas se las trata de traidoras, para luego compensarlo: “Las horas más felices de mi vida las he pasado al lado de una dama”. También en La donna e mobile se procura aliviar la injuria con el mismo argumento, es decir, se la valora como compañía del varón, no por sí misma.

¿Voluble de ánimo y de pensamiento la mujer? ¿Engañosa? ¿Lo fue Manuela Cañizares, calumniada como prostituta por los españoles, al increpar así a los patriotas que luchaban por la independencia de la corona española: “Cobardes hombres nacidos para la servidumbre, de qué tenéis miedo, no hay tiempo que perder”? ¿Lo fue Manuela Espejo, quien como precursora feminista del periodismo abogó por un mejor trato a la mujer y los desposeídos y asistió a sus hermanos presos y enfermos? ¿O Manuela Sáenz, que fue mucho más que la “Libertadora del Libertador”, participó en batallas, pero fue vilipendiada, perseguida y desterrada dos veces, una por el Ecuador con Vicente Rocafuerte, ya que mujeres como ella, “son más perjudiciales que un ejército de conspiradores”?

Y no solo nuestras Manuelas. Las mujeres de la colonia lucharon con los hombres por la emancipación del yugo ibérico. Ora en el campo de batalla, disfrazadas y registradas con nombres de varones, ora apoyando las pudientes económicamente la causa, ora integrando redes informativas, ora promoviendo tertulias para difundir las ideas de la ilustración, ora auxiliando a fugarse a los próceres detenidos. Y algunas perecieron. Las guarichas acompañaban a los soldados en las batallas, preparaban los campamentos, las comidas, cuidaban a los enfermos y heridos y tomaban las armas. Prohibieron su presencia en las lides, mas no oían.

¿Fue veleidosa la poetisa Dolores Veintimilla cuando lamentó en un artículo distribuido en Cuenca, la ejecución legal en 1847 de un indígena “pobre fracción de una clase perseguida”, por lo cual se la instigó al suicidio, encabezando la campaña el fraile Vicente Solano, cuyo nombre llevan algunas calles de varias ciudades del Ecuador, entre ellas Guayaquil? La denuesta en vida y en muerte por haberse atrevido a desafiar la pena de muerte. “Usted carece hasta de la lógica natural y confunde el culo con las témporas”.

¿Mutó de opinión la doctora lojana Matilde Hidalgo cuando pretendió inscribirse para votar en 1924 por senadores y diputados, lo que no consiguió porque la respuesta a la consulta llegó después de las elecciones, no obstante lo cual quedó establecido que la mujer sí tenía derecho al sufragio? Y es que ya en la Constitución de 1897, al eliminarse la condición de hombre para ser ciudadano, se le reconoció tal derecho, que repitió la de 1906, ambas después de la Revolución Liberal. La Carta Magna de 1929 expresamente mencionó a las mujeres como ciudadanos –¡hubo que hacerlo para seguir evitando “confusiones” y tuvieron que pasar 27 años para que una mujer como la Dra. Hidalgo advirtiera que podía votar y decidiera ejercer su derecho!–.

No hay pues fragilidad femenina, por lo menos no mayor que la masculina. Las madres solteras, las mujeres abandonadas, traicionadas, las que trabajan fuera de casa y dentro de ella pero son menos remuneradas que los hombres, aquellas a quienes no se les permite ciertas licencias que aquellos se dan a sí mismos, no son volubles, no engañan.

¿Por qué entonces la ligera acusación? Porque venía del mundo hecho por machos, para que dominen los machos y las mujeres reproduzcan ese papel y el suyo de sumisas. Mary Wollstonecraft proclamaba en 1792: “Enseñadas desde su infancia que la belleza es el cetro de las mujeres, la mente se amolda al cuerpo y errante en su dorada jaula, solo busca adornar su prisión”. ¿Cuánto de ello es aún realidad? De ahí que defendiera la necesidad de educar racionalmente a las mujeres, a diferencia de Rousseau, que sorprendentemente expresaba que debían ser educadas para el placer.

La mujer es pluma tierna que labra su porvenir y desafía al viento. (O)

No hay pues fragilidad femenina, por lo menos no mayor que la masculina. Las madres solteras, las mujeres abandonadas, traicionadas, las que trabajan fuera de casa y dentro de ella, pero son menos remuneradas que los hombres, aquellas a quienes no se les permite ciertas licencias que aquellos se dan a sí mismos, no son volubles, no engañan.