Cuando contemplamos una rosa, un pájaro, un diamante, una piedra preciosa, algo de nosotros se conecta con la parte espiritual más profunda de nosotros mismos. Las flores son como un salto cuántico de los vegetales. La tierra tardó millones de años en que aparecieran esas maravillas delicadas, coloridas y perfumadas que utilizamos para transmitir cariño, amor, asombro. Y los pájaros sobrevivientes a la hecatombe de los dinosaurios desarrollaron plumas y alas que desafían la gravedad y los alejan de los reptiles, sus parientes más cercanos.

Los diamantes son la maravilla del carbón sometido a enormes presiones para transformarse en una roca que deja pasar la luz de manera asombrosa.

Y fruto de todo un proceso largo de evolución aquí estamos nosotros sobre el planeta. Cada vez que un niño nace la capacidad de asombro frente a esa maravilla es infinita y marca un antes y un después en la vida de sus padres.

Somos fruto de una evolución larga y trabajosa. Las neuronas de nuestros cerebros tienen que ver con las medusas, los cordados, los peces, los mamíferos. A un cangrejo angustiado al que le dan las mismas medicinas que a un humano con los mismos sentimientos, se calma. Los pulpos reconocen rostros humanos.

Estamos vinculados, conectados, hacemos parte de todas las manifestaciones de vida en la tierra.

Sin embargo, nos servimos de esa vida, la masacramos, la agotamos. Ya se están haciendo los trabajos para ir a buscar al fondo del mar los minerales que escasean en la superficie.

Y Corea explota bombas que pueden acabar gran parte de la vida en la Tierra, incluyendo millones de seres humanos.

Gran parte de la responsabilidad del desborde de los ríos en Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay que han provocado cientos de miles de desplazados, tienen que ver con la tala de bosques para sembrar soya transgénica que es rentable en primera instancia, pero una catástrofe a la larga porque hay que atender ahora a las víctimas de las inundaciones, sus necesidades de casa, ropa, comida y las epidemias que se producen.

Por eso cuando leí que los datos científicos más serios y recientes dicen que hemos alcanzado el Earth Overshoot Day, el 13 de setiembre de 2015, el día de la sobrecarga de la Tierra, es decir, el día en que la Tierra perdió su biocapacidad de atender las demandas humanas, mi inquietud fue enorme. Somos depredadores contumaces y seguimos viviendo en un planeta limitado como si tuviera riquezas ilimitadas.

Es el modelo de desarrollo el que está mal. El plantear el crecimiento ilimitado, más, siempre más, producir más, comprar más, como meta colectiva nos lleva a una catástrofe. Y a todas las inequidades sociales de pobreza extrema con alarde de riquezas abrumadoras. Es una disfunción, económica, política, social. Una enfermedad como el cáncer donde las células se multiplican sin darse cuenta de que provocan la muerte del organismo del que hacen parte.

Esta Tierra nuestra pide respeto y cuidados. Pide que nos asombremos de su belleza, su fuerza y también conozcamos su debilidad, nos pide ser guardianes de toda la creación y no sus sepultureros. Nos pide cambios personales, colectivos, sociales, económicos, políticos, espirituales. (O)