¿Cómo están las cosas por allá?, pregunto como siempre, esperando una respuesta positiva. “Más o menos, sobreviviendo”; “luchándola como se pueda, mijo”; “mal, pana, sin trabajo”, contestan unos. “Muy bien, amigo”; “aquí, haciendo patria” y “avanzando chévere con la casa”, dicen otros. Lo que sintoniza con esa desconcertante bipolaridad entre dirigentes políticos pesimistas prediciendo crisis terminales, sufrimientos dolorosos y futuras penas infernales para el país, exigiendo cambio de rumbo, y optimistas añorando la bonanza pasada, aplaudiendo las condiciones actuales y avizorando un próspero futuro por el mismo camino. Tal pareciera comunicarme con dos países diferentes, dos realidades distintas.

En medio de aquello van apareciendo candidatos con pócimas mágicas, estrategias perfectas para “salvar al país del sufrimiento” con fórmulas económicas macro, micro, inversión versus gastos, rentabilidad e infinitas recetas para una “felicidad verdadera” que jubile un “buen vivir” que, para los opositores, no ha sido tal, y para los simpatizantes lo es todo. Promesas que olvidan factores exógenos que pueden confabular contra sus fantasías electorales, dígase: precio del petróleo, estabilidad del dólar, movimiento de los mercados en una economía globalizada, donde un país realiza una prueba nuclear y desploma las bolsas mundiales con efecto dominó. Lo peor es que muchas promesas salvadoras encontrarán adeptos.

El escenario político regional está cambiando. Grupos opositores instalan gobiernos, aplican políticas reactivas y eliminan ciertos beneficios sociales. Mauricio Macri asumió la presidencia argentina prometiendo combatir la corrupción implacablemente; despide trabajadores de instituciones ligadas al kirchnerismo, acusados de ser nichos de clientelismo político, e implementa un paquete de medidas neoliberales para “restablecer” la economía, asustando incluso a muchos que votaron por él cansados de su antecesora.

En Venezuela, Henry Ramos es nombrado presidente del Parlamento con una mayoría que amenaza sacar a Nicolás Maduro del poder; misión no exenta de nuevos conatos ciudadanos, debido a la polarización política del país. En Brasil, la presidenta Dilma Rousseff se bate entre el 9 por ciento de popularidad, una inflación galopante, el aumento del desempleo y una oposición arrastrándola a juicio político por acusaciones de corrupción. En Ecuador, el presidente Rafael Correa ha sorteado varios embates opositores, rechaza las acusaciones de corrupción en su gobierno y desafía que le den nombres de los nuevos ricos de su partido, lo que quizá tenga a la oposición armando nuevas estrategias.

El barrio latinoamericano se está agitando y el “¿cómo están las cosas por allá?” se convierte en una recurrente pregunta para los que estamos lejos de casa preocupados por el rumbo de las cosas. Abraham Maslow señaló: “Podemos lamentar el pasado o temer el futuro, pero actuar solo en el presente. La capacidad de vivir el presente es uno de los principales componentes de la salud mental”. Quizá es eso lo que conlleva a muchos a aferrarse al presente, soñando con transformarlo en cada jornada electoral y en las calles, enfrentándose pueblo contra pueblo, defendiendo a partidos políticos que muchas veces no los representan.

“Acá todo el mundo anda enfermo; el cuento de la crisis tiene con depresión a la población”, me contesta un amigo; quedo en silencio pensando que quizá ya es momento de volver, para matar de una vez por todas esa “bendita” pregunta, en beneficio de mi salud mental. (O)