Uno de los fenómenos partidistas más controversiales en Latinoamérica ha sido la vigencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI), agrupación que mantuvo el poder político de México de forma hegemónica por más de 70 años; el PRI, que fue fundado en el año 1929, perdió por primera ocasión una gubernatura en el año 1989, y la presidencia de la nación recién en el año 2000, es decir que por el lapso de 71 años, el PRI consolidó un poder absoluto, sin espacio alguno para la alternabilidad democrática. En el año 2012, el PRI logró recuperar la presidencia de México con su candidato Enrique Peña, lo que nos da una idea del protagonismo que ha mantenido la agrupación en la vida política mexicana.
Cualquier similitud es pura coincidencia, pero caramba qué coincidencia: “Solamente iniciando un retorno a la época heroica e idealista de la Revolución, en el sentido de sobreponer los intereses colectivos a los mezquinos intereses individuales, podremos afrontar las crisis políticas y de cualquier otra índole que traten de provocar los eternos enemigos del proceso…”; esas expresiones constituyen parte del discurso que uno de los líderes del PRI dio en la Segunda Convención Nacional celebrada en el año 1946. Debe notarse que la referencia de los “enemigos del proceso” es continua en todos los gobiernos que buscan extenderse en el ejercicio del poder, sugiriendo que la permanencia en el mismo es un requisito imprescindible para evitar volver al pasado. ¿Prohibido olvidar?
No hay duda de que la idea de una democracia plural y competitiva no encajaba, por decir lo menos, en la propuesta hegemónica del partido mexicano, pero paradójicamente a pesar de la dominación del PRI en el escenario político, no buscó la reelección presidencial indefinida como una necesidad esencial de sus propuestas y objetivos. Quizás haya sido el hecho de que en México existen principios muy arraigados respecto de la no reelección: “Si entre nosotros el presidente goza de tal cúmulo de poder, la única limitación al peligro de un absolutismo pleno está en definir que siga indefinidamente en el poder”. Es decir que la fórmula tenía su misión peculiar: no al caudillismo y por ende no a la reelección presidencial indefinida, pero sí a la hegemonía de un partido predominante con la negación de la pluralidad de la competencia política y de la alternancia como elementales factores democráticos.
La reciente aprobación en nuestro país de la enmienda constitucional que permite la reelección presidencial indefinida luego de un periodo ha despertado el lógico recelo de quienes avizoran el más absolutista escenario: un “PRI” ecuatoriano con su líder en búsqueda permanente del poder. Es cierto aquello, pero no nos apresuremos: como dice una canción, una cosa es que maten al gallo, otra que crean que por eso va a dejar de amanecer. (O)