El 6 de diciembre en Venezuela habrá un proceso de elecciones parlamentarias en el que los ciudadanos de ese país intentarán derrotar la mentira del chavismo, repetida por el gobierno de Nicolás Maduro. Se trata de una elección amenazada por la mafia enquistada en el poder que ha anunciado que, si ella pierde, va a desobedecer la voluntad de la mayoría de la población venezolana. Con estas expresiones, fruto de la arrogancia y del desquiciamiento de quienes buscan el poder absoluto, los gobernantes del llamado socialismo del siglo XXI latinoamericano se van haciendo cada vez más ilegítimos. Todos.

La reciente novela Patria o muerte (Barcelona, Tusquets, 2015) del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka –galardonado con el IX Premio Tusquets Editores de Novela– contribuye a entender cómo la mentira se ha convertido en un dispositivo para gobernar, especialmente en contubernio con el aparato de propaganda gubernamental montado por Chávez. En la novela de Barrera, las familias están partidas porque el Estado ha hecho de la figura de Chávez una versión de un dios a quien reverenciar y profesar amor. En ese ambiente el protagonista siente que Venezuela es “un derrumbe que ni siquiera llegaba a ser país”.

Un eje de este relato es la serie de mentiras montada a raíz de la enfermedad y muerte de Chávez. Hasta hoy, el público no sabe cuándo en verdad murió el dictador que, herido por el cáncer, nunca paró de hablar de sí mismo, hasta en el quirófano, mostrándose como uno de los ególatras más prominentes que ha habido en tiempos recientes. El chavismo que retrata la novela es el de la carestía de la vida, la inseguridad urbana y la pobreza galopante que se dan en un país rico que ha despilfarrado sus recursos en tratar de pasar las mentiras como si fueran verdades. Los personajes padecen también una sociedad gobernada con el miedo.

En la Venezuela de Patria o muerte no existe la independencia de poderes y la corrupción gubernamental campea; es “un país en crisis, sin otra identidad que la incertidumbre”. El narrador desnuda el deseo de Chávez: “Ser el centro absoluto de atención. Esa quizá era su verdadera ansia, su pasión más secreta... Quería ser el eje de todo. De la nación, de la historia, de la vida pública y privada de los ciudadanos”. La novela recuerda que, en la última victoria electoral de Chávez, en una tarima alguien cantaba que Chávez sería presidente “desde el 2013 hasta el dos mil siempre”. Querer estar en el poder indefinidamente es un acto de locura.

Es inaceptable que el engaño mediático sea un mecanismo de gobierno. “La vanidad es el motor de la historia”, afirma un personaje que cuestiona que el Estado se vaya pareciendo a una iglesia. Barrera ha escrito para los venezolanos, pero también para nosotros: “Desde que ganó la presidencia, Chávez se dedicó a atacar cualquier tipo de disidencia. Un adversario era un enemigo. Podía despreciarlo con rudeza, pero también con sorna e ironía. Convirtió la descalificación política en un acto humorístico”. ¿Se avanza hacia la muerte política del chavismo? Porque allá no hay ninguna revolución, sino una mentira oficial gigantesca. (O)