Cualquier ser humano caminando por la vida cosecha amistades, enemistades, sin poder siempre intuir la razón del apego o del odio; hasta Jesús y Mahoma conocieron este problema. Si nos basamos en la etimología latina del vocablo adversario, ad-versare, hablaríamos de alguien que se mueve en dirección opuesta a la nuestra. Existe, por ejemplo, una grave diferencia entre estar en desacuerdo con un político y odiarlo. La vida es tan corta, tenemos tantas cosas que descubrir, tantos seres a quienes amar: “Yo no tengo tiempo para los enemigos, hay demasiadas ciudades por ver, demasiadas mujeres por conocer, demasiados libros por leer como para pararme a pensar en mis enemigos. Eso crea odios, porque a los miserables les encanta que tú les contestes y también seas un miserable, y si ven que realmente no tienes tiempo les pareces muy pretencioso, y no es eso, es solo respeto a uno mismo”. Lo que acabo de citar pertenece a Sabina.
El adversario puede lidiar con nobleza, con cortesía, con valentía, acepta el diálogo, puede reconocer sus propias equivocaciones, mientras que el enemigo desea destruir, aniquilar. Recuerdo aquella secuencia de la película de Polansky El pianista, cuando un oficial alemán descubre a un judío oculto en una casa derrumbada en la que sobrevivió un piano. Al escuchar la primera balada en sol menor Opus 3 de Chopin, el oficial baja la guardia, manifiesta respeto, solidaridad por un adversario talentoso que supuestamente debería ser ejecutado. Cuando se habla del enemigo, en cambio, se involucran acciones violentas que incluyen destrucción física de personas, cosas así como acciones psicológicas tendientes a quebrar la resistencia del opositor. Entonces hablamos de musulmanes contra cristianos o viceversa, palestinos versus judíos, guerras interminables sin sentido. El adversario puede evaluar sin pasión, el enemigo es descomedido, desmesurado, ciego, tiene anteojeras como los caballos, no puede ver la realidad en su totalidad. Pienso que lo importante no es tanto tener o no enemigos, sino más bien no sentirnos enemigos de nadie, respetar opiniones opuestas a las nuestras, tomar en cuenta las críticas sensatas y objetivas, olvidarnos de las demás, por eso mismo son tan valiosas las caricaturas. Conozco lo suficientemente a Bonil para saber que no puede odiar, pero sí es capaz de desnudar despiadadamente a cualquier ser humano que se lo merezca.
Es verdad que existe lo que llamamos evolución, es abismal la diferencia existente entre el hombre que intentaba hacer fuego usando piedras o pedazos de madera y aquel primate superior, también llamado homo sapiens, capaz de trasplantar un corazón, un hígado, mandar una sonda espacial a veinte mil millones de kilómetros, construir un Lamborghini, un Boeing 787. Sin embargo contrasta con aquellos homínidos que asesinan, desmiembran, decapitan, construyen artefactos atómicos destinados a eliminar del planeta a millones de seres (en Hiroshima fueron 170.000, pero desde entonces hemos “progresado”). La máxima prueba de inteligencia que puede ostentar un ser humano consiste en saber reconocer las eventuales virtudes de sus adversarios. La primera representación del beso humano se remonta once mil años en Ain Sakhri. Tenemos que seguir descubriendo el valor de todo lo que es amor, equidad, humildad, entrega, justicia. (O)