La Iglesia, como su fundador Cristo, es divina y humana terrena. La organización de la sociedad terrena influyó, especialmente en Occidente, en su organización. La organización de la Iglesia, querida por Jesús, colegial “con Pedro y bajo Pedro”, se concretizó, especialmente en Occidente, con dos características, reflejo del imperio terreno de entonces: centralización y uniformidad. Gracias a su “permanente renovación” la Iglesia puede actualmente a su vez sugerir elementos personalizadores en la organización de la sociedad terrena.
Las sesiones del reciente sínodo guiado por Francisco vitalizan con espíritu sinodal la vida eclesial. La Iglesia, que ya no tiene como obligada la imagen de la organización de la sociedad terrena, puede, con los siguientes rasgos señalados por Cristo, ser imagen sugerente de organización de la sociedad terrena:
1) Colegialidad.- Unidad en la diversidad. Recojo algunas palabras de Francisco, que deben iluminar la vida de la Iglesia y que pueden ilustrar el sendero de estados realmente democráticos. El papa, como sucesor del apóstol Pedro, recibe de Jesús una asistencia especial; sin embargo, Francisco robustece su servicio, ejerciéndolo colegialmente”. “Estoy en la Iglesia, no sobre la Iglesia”, dijo Francisco.
2) Sinodalidad.- Cooperación libre y responsable:
Francisco además de con palabras ha renovado con su ejemplo la verdad que no solo la Iglesia, sino toda sociedad, para caminar hacia un crecimiento sostenible, ha de contar con el concurso libre y sin temor de mente y corazón de sus miembros. “Caminar juntos con espíritu de colegialidad”. “La comunión en la Iglesia no significa uniformidad”. “Hablen con franqueza y sin temor alguno, sin cálculo de beneficio personal”. “La única condición es hablar con franqueza”. ¡Llamado siempre actual!
La sinodalidad, o sea, el caminar guiados y sostenidos con el aporte de mente y corazón de todos, redescubierta como constitutivo de los obispos, orienta también la vida de los laicos: “La sinodalidad es el camino de la Iglesia”, es decir, de todos los miembros de la comunidad cristiana, precisa el papa. Se trata de una verdad, vieja, como la Iglesia fundada por Jesús. Decir que esta verdad fue oscurecida por el clericalismo es parte de la verdad; fue oscurecida también por el lavamanos de laicos o seglares, pronto a considerarse espectadores y a dejar al clero, cuyos miembros están más dedicados a ella, los gozos, las angustias y esperanzas de la Iglesia. El clero, actuando más o menos como dueño y señor, ha elevado a un nivel de cuasi doctrina este deslindamiento de los laicos. Las religiosas con su identidad, con su servicio insustituible, el del buen samaritano, y con su testimonio de consagración, son (deben ser) reconocidas no como súbditas, sino como hermanas, colaboradoras también en la planificación. El Concilio Vaticano II reintroduce a representantes de colectivos eclesiales como agentes con aporte propio en varios consejos. Su participación en la orientación responsable de la vida de parroquias y diócesis está siendo asimilada, lentamente aún.
La participación activa y responsable de los bautizados en la vida eclesial debe ser realizada por todos sin excusas en las realidades legales, culturales de países y regiones. (O)