Para expresar su sorpresa los seres humanos suelen tomar como testigos al cielo o a Dios, dicen: “¡Santo cielo!”, “My God!”, “Mon Dieu!”; podría ser “¡Híjole!” o “¡Chuzo!”, toda palabra se vuelve relativa. Podríamos hablar de varios cielos, el primero sería el atmosférico, el que contiene el aire que respiramos, el que envuelve a la Tierra; el segundo, el firmamento donde se hallan las estrellas, la Luna y muchos planetas; el tercero, aquel donde supuestamente viven Dios, los ángeles, arcángeles, serafines, querubines, santos, humanos que se comportaron bien en su vida terrenal, eso no se discute porque la fe no admite discusiones, por eso oímos decir de un difunto: “Dios lo tiene en su gloria”.

Cuando siendo niño preguntaba a dónde se había ido mi abuelo cuyo cuerpo inerte encontraba su última morada en la tierra del cementerio, recibía como respuesta: “Tu abuelo está en el cielo”; yo escudriñaba la bóveda celeste tratando de imaginar lo que podía haber más allá, intentaba por las noches descifrar el secreto de las estrellas. No creo desde luego en la astrología, los horóscopos, signos del zodiaco (ya son trece) y otras influencias fuera del innegable poder de atracción que tiene la Luna, su importancia en las mareas. Cuando vi la película Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, me hice muchas preguntas, luego llegó el hombre a la Luna; la sonda Voyager. Uno se encuentra actualmente a 19.370 millones de kilómetros de la Tierra. Vi la película Interstellar en 2014, recuerdo aquella inquietante frase: “Ya no es hora de salvar el planeta, hay que pensar en abandonarlo”. En el siglo XVII Blacio Pascal exclamaba: “El silencio de estos espacios infinitos me causa miedo”. Envidio de alguna manera a quienes mantienen una fe capaz de desafiar cualquier argumento, es mucho más difícil o doloroso para uno quedarse en la duda frente a tantos misterios.

Los humanos proponen opciones, llámense Biblia, Corán, Talmud, pues estamos hablando de millones de seres poseedores de su propia verdad. Desde que el hombre está en la Tierra ha querido ser eterno, no acepta la idea de una muerte definitiva, un retorno a la nada, un viaje de ocho o nueve décadas entre no ser y desaparecer; se desespera porque sus seres amados fallecidos no pueden comunicarse con él, porque en realidad nadie regresa del más allá, por más que hablemos de una posible vida post mortem, del cacareado túnel lleno de luces. En latín existir se dice ex-sistere o sea mantenerse fuera de la nada; creo recordar que en griego usan la palabra statos que significa estar en equilibrio, de ahí nos viene el statu quo.

Al final del camino muchos nos quedamos con las preguntas, el diálogo es difícil, somos presos de nuestra propia verdad, lo pueden repetir el papa Francisco, el dalái lama, al final creo que pocos escuchan lo que debería ser una evidencia. Tengo amigos de todas las creencias, puedo conversar con ellos sin alzar la voz ni cerrar puertas. Hay una solidaridad que reconforta, amar es el único camino que no se discute. (O)