Estaba descorchando una botella de vino chileno, un Carpe diem de Cousiño Macul; recordé que muchas etiquetas adoptaban el latín para expresar ciertas virtudes: Domus aurea (Casa de oro), Stella aurea (Estrella de oro), Oremus, Primium, Augustus, Placet, sin olvidar el Magnificus de Canessa. Lo propio sucede con los automóviles: Toyota Prius o Matrix, Ford Focus, Renault Modus, Nissan Máxima. Fiat, Volvo, Clío, Fabia, Octavia son nombres latinos, así como Vel satis, también de Renault. Entonces no me extrañó beber un vino que de inmediato me recordó el poema de Horacio: “Carpe diem quam minimum credula postero” (Disfruta el día porque no se puede confiar para nada en el futuro).
Aquella obsesión por el tiempo que corre es una tónica en toda la literatura, desde Ovidio en su Arte de amar: “Dum loquor hora fugit” (Mientras hablo se me va la hora), pasando por Ronsard: “Recoja hoy las rosas de la vida”. En Ecuador, Fernando Cazón nos habla “del muro del amor muerto de rosas”; Violeta Luna lamenta: “Cuánta vida que pudo ser raíz y es hoy astilla”; el pasillo intenta sueños imposibles: “Por más que estiro las manos nunca te alcanzo, lucero”; Julio Jaramillo: “Allá en el cielo frente a Dios eternamente volveremos a encontrarnos para nunca separarnos, mas libres no tendremos que escondemos para vernos por temor al qué dirán”. Creo mucho en la sabiduría popular, la que inventa proverbios optimistas como “el muerto al hoyo, el vivo al bollo”, la que se expresa en la menor con un dejo de melancolía que no nos impide vivir a plenitud cada instante. Cito mucho porque no termino de asimilar maravillas enunciadas en el pasado. El carpe diem estalla en toda la poesía oriental, la de Omar Khayyam que la recuerda casi en cada verso, la del poeta persa Saadi: “Y cuando tú te muevas, toda la bóveda del cielo girará conmigo”; la de Rabindranath Tagore: “La vida es una gota de rocío en una hoja de loto”.
Carpe diem es el arte de vivir, la pasión, el delirio, el éxtasis, el orgasmo, la lucidez que nos ubica en un planeta minúsculo perdido en el espacio, girando alrededor del sol a la escalofriante velocidad de treinta kilómetros por segundo; no hay tiempo para las ínfulas, solo queda la obligada humildad frente a nuestro destino. El amor se vuelve trémulo, frágil, pero capaz de hazañas heroicas. Somos lo que intentamos, no sé hasta qué punto es tonto creernos inmortales, la vida es hoy, ahora. El odio es pasión inútil, resorte disparado de la mediocridad, envidia disfrazada de cultura. Nos queda la cortesía, nos distingue la gentileza, nos enaltece la empatía.
Carpe diem es la sabiduría de quienes nos precedieron, el arte de saber escuchar, mirar a los seres amados como si fuese siempre la primera vez, disfrutar cada nuevo día, ser gratos con cualquier atención por más pequeña que sea, sabernos imperfectos perdonando las deficiencias de los demás. Es también recordar que somos mortales, capaces de graves equivocaciones. Virginia Woolf, después de todo, nos hace observar que no se puede vivir evitando la vida. (O)