En las redes sociales se ha popularizado como tendencia estos días #YoDefiendoLaDolarización. Esto refleja una incrementada preocupación de muchos actores de la sociedad frente a la mera posibilidad de una mítica “desdolarización”, lo que el propio presidente de la República, prudentemente, se ha encargado de desmentir.

Hay fundamentalmente tres temas prácticos que deben mirarse para que tal desdolarización se produzca: la relevancia que tiene la confianza del público para la circulación de cualquier moneda; las reservas que respaldan la circulación de una moneda; y, sobre todo, las herramientas prácticas para que se pueda emitir y canjear una nueva moneda.

La dolarización fue producto, antes que nada, de la pérdida de confianza del público en las instituciones que sustentaban la existencia de una moneda propia, soberana, como dirían los que defienden la revolución ciudadana. La confianza del público en sus gobernantes, así como la estampida devaluatoria e inflacionaria que precedió la decisión política de canjear el sucre, moneda nacional vigente hasta enero del 2000, por el dólar, se había roto y era necesario reconstruirla a través de algún mecanismo que restituyera la pérdida de estabilidad monetaria y financiera. El público consideró “soberanamente” que entregarle al Banco Central los sucres que circulaban a cambio de los dólares –que se mantenían como reservas internacionales hasta esa fecha– devolvían la confianza que se había perdido por la falta de real autonomía técnica de parte del Banco Central para definir las condiciones y límites de emisión de una moneda propia, el uso de la “maquinita de dinero” como se la conoce. La excesiva interferencia política y de intereses económicos particulares generaban incertidumbres permanente respecto del tipo de cambio y tasas de interés, o, grandes impactos inflacionarios –el impuesto escondido– que le quitaban poder adquisitivo permanentemente a la moneda afectando sobre todo a los más pobres. Por ejemplo, gobiernos que querían gastar sin límites presionaban a la máquina de dinero del Banco Central; al igual que exportadores –productores nacionales– que, en lugar de volverse más eficientes, presionaban permanentemente por devaluaciones para volver competitivos internacionalmente sus productos. Sin la confianza del público en la existencia de una estructura legal e institucional que frene estos abusos, es muy difícil creer que el público aceptará al Banco Central del Ecuador como un garante de la estabilidad de una nueva moneda. Y una moneda sin confianza del público, es cualquier cosa menos un medio de intercambio o de mantenimiento de valor como se supone.

Segundo, para emitir una nueva moneda, se debe contar con suficientes reservas que den certidumbres a los actores económicos en relación con la disponibilidad de divisas para los pagos internacionales. El momento actual no puede ser más inoportuno para ello, pues los problemas que se enfrentan provienen justamente de restricciones de liquidez generados por la balanza de pagos; así como por la ausencia de fondos de ahorro y contingencia que pudieran cubrir este desfase. ¿Cuál sería entonces el respaldo de esta nueva moneda si las reservas son insuficientes?

Finalmente lo más importante son las dificultades operativas que se enfrentarían para proceder a deshacer la dolarización. Las cosas se deshacen como se hacen. Al igual que se canjearon los sucres por los dólares, el proceso de desdolarización implicaría canjear los dólares por esa nueva moneda. ¿Cómo se haría? ¿Será que los ciudadanos iremos sumisamente y confiados al Banco Central a entregarle nuestros dólares para que este nos entregue su equivalente (¿cuál?) en una nueva moneda soberana? Veo difícil que un gobierno que sustentó su apoyo popular en una posición frontal de cuestionamiento al congelamiento de depósitos del año 1999 –y que introdujo a nivel constitucional una restricción para la confiscación de depósitos– pueda ordenar impunemente que los bancos retengan los depósitos del público en dólares y se los devuelvan en la moneda soberana. Lo podrían hacer, con base en las amplísimas facultades discrecionales que le dio el Código Monetario Financiero vigente desde el año anterior, pero el impacto negativo en la confianza del público seguramente sería mucho mayor a aquel que han sufrido ya meramente con el anuncio de la posibilidad de circulación amplia del opaco dinero electrónico. Así se explica el #YoDefiendoLaDolarización que surgió por las preocupaciones del presidente sobre el tipo de cambio expresadas en voz alta. El público no estaría feliz si les obligan a canjear sus dólares por la moneda que, en cambio, sí haría feliz al presidente. Por estas razones prácticas, no existen precedentes de países que adoptaron otra moneda y que luego se hayan atrevido a deshacer ese camino.

Ni Grecia se atrevió a salir del euro. Luego de tres semanas con el sistema financiero cerrado, por las corridas de depósitos producto del temor de una posible salida del euro –un feriado mucho más largo que el de Ecuador en 1999– finalmente Syriza resolvió mantenerse dentro de la Unión Monetaria europea y prefirió aceptar una serie de medidas económicas penosas, pero cuyo impacto era mucho menor que el que se podía prever si rompían la unión monetaria que se había aceptado.

Por todas estas razones, y muchas más, no es necesario que defendamos la dolarización. La dolarización se defiende sola.

Una moneda sin confianza del público, es cualquier cosa menos un medio de intercambio o de mantenimiento de valor como se supone.

* Académica y exfuncionaria del Banco Central (O)