Como en el viejo país, muchos grupos sociales sintieron la necesidad de reclamar, de ser oídos, de lograr un diálogo verdadero y, como no lo lograron, decidieron hacer uso de su derecho a expresarse libremente.
Como en el viejo país, decidieron realizar una marcha, la anunciaron y organizaron con anticipación. Los pueblos indígenas, de acuerdo a su cultura, efectuaron las consultas necesarias con las bases, se reunieron varias veces, coordinaron con todos los pueblos en las distintas regiones de la patria.
Como en el viejo país, se pusieron en camino, diez días antes. Caminaron desde el sur, parando en los lugares predeterminados para descansar, alimentarse y dormir. A su paso recibían muestras de adhesión y aplausos, pero también insultos y rechazos. Ni el sol, ni el viento, ni el frío los detuvo. En el camino el grupo fue creciendo.
Como en el viejo país, caminaron acompañados del sonido de sus flautas, de su determinación y de su interés por llegar a Quito, con entusiasmo, con energía. Esperaban encontrarse allí con los que venían del norte y así fue.
Como en el viejo país, los acogió el parque El Arbolito, comieron, descansaron y estuvieron listos para marchar al día siguiente. El acuerdo fue encontrarse con otros grupos: trabajadores, médicos, jubilados, universitarios, maestros, ciudadanos independientes, todos los que querían manifestar su descontento. El punto de encuentro era frente a las instalaciones del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social.
Como en el viejo país, las autoridades se preocuparon y se prepararon con anticipación para enfrentar la situación y declararon que se trataba de un plan desestabilizador. Pero esta vez se llamó a los ciudadanos a defender la revolución, porque el pasado no volverá.
Como en el viejo país, las autoridades prepararon su estrategia para que los manifestantes no pudieran lograr sus objetivos y ni siquiera lleguen a la Plaza de la Independencia, frente al Palacio de Gobierno. Los policías en apretadas filas parecían murallas medievales impenetrables resguardando todos los accesos a Carondelet y a la plaza que estaba llena de simpatizantes del partido de Gobierno.
Como en el viejo país, los manifestantes intentaban romper el cerco policial una y otra vez, su principal arma era su determinación, pero eso no era suficiente, pronto trataron de penetrar a la fuerza, de romper el muro y en pocos minutos hubo personas golpeadas, heridas, arrastradas, detenidos, los toletes y los gases lacrimógenos hacían lo suyo, mientras del otro lado recurrían a los palos y a las piedras.
Como en el viejo país, el pueblo-policía para cumplir sus órdenes y proteger la sede del Gobierno, atacaba al pueblo-protestante, que para defenderse atacaba al pueblo-policía.
Como en el viejo país, al final de la jornada, había personas hospitalizadas, personas encarceladas, pueblo cansado y decepcionado pero, como dijeron, dispuestos a insistir.
Como en el viejo país, se dijo que la autoridad no dialoga bajo presión, ni bajo fuerza.
Pero solo en el nuevo país, se celebraba una fiesta, frente a la sede del Gobierno, mientras se maltrataban entre hermanos, porque unos querían ser oídos por la autoridad y otros tenían la orden de evitarlo. Porque solo en el nuevo país se dio la coincidencia de que se celebrara un Encuentro Latinoamericano Progresista de Jóvenes, al mismo tiempo. Ellos habrán encontrado un ambiente que difícilmente se puede identificar con el progreso, pero siguieron en la fiesta a la que concurrían las altas autoridades, mientras miles de ciudadanos eran irrespetados. Esto, solo en el nuevo país. (O)