Me encanta encontrar en los idiomas choques de conceptos, ideas contradictorias. Por ejemplo, la discreción es supuesta virtud de quienes actúan con tino, envidiable tacto, mas de repente usamos la expresión “fuego a discreción”, permiso para mandar fogonazos o disparos sin esperar órdenes. En el idioma francés, constipé significa estreñido, mientras que constipado es sinónimo de resfriado. Si usted al bailar aprieta demasiado a su casual pareja, le puede ella decir que usted pretende ir demasiado lejos, o sea, rebasar límites permitidos, cuando vuestra idea es más bien llegar lo más cerca posible. Las palabras son fuentes de malentendido, su significado va cambiando con el tiempo. Si una turista en París pretendiese pedir un beso utilizando como soporte un diccionario de bolsillo, es posible que dijera: “Je voudrais que vous me baisiez” (Me gustaría que usted me besara), pues así se decía en el siglo XVII, pero a la altura del siglo XXI viene a ser una invitación directa al más íntimo apareamiento. De un idioma a otro la fonética puede llevarnos a antojadizas equivocaciones. En latín clásico, putas, del verbo putare, significa piensas, segunda persona del indicativo presente, pues la primera persona sería puto, en cual caso si desease usted preguntar a alguien en el más depurado latín lo que piensa de las prostitutas, tendría que decir: “Volo scire quod putas meretricibus”, ya estaríamos entrando en el terreno del más involuntario humor.

La discreción significa reserva al hablar o al actuar. En la vida política, en el mundo religioso, la discreción puede suscitar simpatía, admiración, puede aliarse a la más notable firmeza. Pienso que Lenin Moreno, quien fuera vicepresidente, representa a carta cabal este tipo de prudente reserva, me pregunto lo que pasaría si él, de pronto, fuese candidato a la Presidencia. Pienso también en monseñor Alberto Luna Tobar, quien al cumplir 78 años de edad presentó su renuncia al arzobispado. El papa no se atrevió a reemplazarlo de inmediato, dada su gran popularidad en todo el país. Cuando lo entrevisté por vez última, le pregunté si había siempre respetado su voto de castidad; me miró a los ojos dejando fluir la más admirable transparencia, dijo: “En la vida de un sacerdote a veces hace falta el afecto de una mujer”. Es lo que llamaría fuego a discreción, una respuesta audaz de maravillosa sinceridad. Creo que más allá del bullicio, el grito, la procacidad, lo que más nos conmueve en un ser humano es la firme discreción, virtud que encontré en Pepe Gómez Izquierdo, en Jaime Roldós, en Galo Plaza y otros cuantos más. En Marruecos escuché este proverbio: “La caída de aquel que peca con su lengua es como una caída sobre el empedrado”. (O)

Creo que más allá del bullicio, el grito, la procacidad, lo que más nos conmueve en un ser humano es la firme discreción.