Me parece un pensamiento parroquial aquel que se propone crear una universidad cosmopolita dejando por fuera la experiencia de las universidades ecuatorianas, sus capacidades, posibilidades de internacionalización, potencialidades y trayectoria con la ciencia y la tecnología; aquel que se lanza a crear Yachay Tech a partir de cero, con unos modelos de fuera a ser imitados de manera muy forzada y extremadamente costosos.

Hay que darle la vuelta a la crítica de parroquialismo lanzada por René Ramírez al despedido rector de Yachay, y de modo indirecto a todos quienes critican el sinsentido de esa universidad montada en Urcuquí. Aunque se pinte de cosmopolita y exprese el anhelo de una universidad de categoría mundial, me parece una aspiración parroquiana la de René Ramírez cuando dice: “Podemos tener nuestra propia Harvard, nuestro propio MIT”. Esa mirada tiene su reverso: una suerte de cosmopolitismo alucinado, deslumbrado, encandelillado por los éxitos de fuera, que tiende a subvalorar lo local y lo propio para volcar toda la mirada y admiración a los modelos foráneos de producción del conocimiento. ¡Nuestra Harvard, nuestro MIT! Fruto de esa pobrísima valoración de la universidad ecuatoriana, de la desconfianza y prejuicio hacia ella, de mirarla como un nido corporativo, el CES ha impuesto sobre el sistema de educación superior unos parámetros internacionales muy discutibles de exigencia y calidad académica, y le ha llenado de controles y disciplinamientos burocráticos.

Ha sido, creo yo, el parroquialismo de nuestras autoridades de ciencia y tecnología, del propio presidente, de los ministros de talento humano, el que les llevó a imaginar una ciudad del conocimiento cuya creación requiere 1.040 millones de dólares en cinco años como inversión. Yachay siempre pareció el vuelo de unos brujos sin pies en la tierra, sin ninguna dimensión del gasto y la inversión, sin experiencia en la gestión universitaria, y embobados en su propio discurso redentor. Un sueño generado por la fascinación que provoca la abundancia de recursos. En el fondo, Fernando Albericio ha criticado el modelo cosmopolita de Ramírez porque implica imitar fórmulas de fuera y un inadmisible derroche de recursos con inaceptables privilegios académicos. La crítica saltó con los sueldos gigantescos de tres señores que ni siquiera vienen al país y que cuando lo hacen cobran viáticos de 300 dólares diarios. Lo que la revolución ciudadana debe ahora mostrar son los 10 dólares que ganará el país por cada dólar invertido en la ciudad del conocimiento.

Parroquialismo, alucinación con la abundancia de recursos y un voluntarismo digno de mejor suerte se combinan en Yachay Tech. “Nosotros creemos que podemos ser cualquier cosa que deseemos hacer y ser”, dice Ramírez. En virtud de esa voluntad, estamos en capacidad de tener nuestra Harvard y nuestro MIT en cuestión de pocos años si se trata solo de recursos, no de procesos ni experiencias acumulativas con la ciencia y la tecnología. Desde esa lógica pretendidamente cosmopolita, en las parroquias no hay tradición digna que rescatar, no se acumula nada, todo debe empezar de cero, con la mirada puesta en el exterior y la ilusión de volverse mundanos. (O)