De la reciente visita del papa Francisco al Ecuador nos queda a manera de legado (lo cual, gracias a Dios, esto no está sometido a la calculadora del SRI) las bendiciones y ese enriquecedor mensaje pronunciado con palabras sencillas pero aceradas, que recogen su profundo y exquisito pensamiento, fortalecido por esa actitud sin dobleces, siempre coherente entre el discurso y los hechos. Y es que el contenido y alcance de cada una de sus intervenciones llegó a la conciencia de la gente, que reconoce en el vicario de Cristo a su auténtico pastor, a su guía espiritual, que lo conduce con su mano amiga por la senda del amor, la paz y esperanza.

Francisco, tan pronto llegó al país, y luego de agradecer diplomáticamente al presidente Rafael Correa el haberlo ‘citado demasiado’, invitó a los ecuatorianos a descubrir en el Evangelio esos códigos que permiten enfrentar y superar los momentos difíciles y de gran incertidumbre que soporta la humanidad, propios de un mundo globalizado, pero irónicamente fragmentado y sometido a diferentes presiones que se advierten a diario en los ámbitos económico, social, político, cultural, medioambiental, etcétera.

Así, el papa de los pobres insistió, una y otra vez, en todos los escenarios a los que acudió, en que hay que valorar “las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones…”. Sin duda, una definición que, en el campo de la ciencia política, da fuerza y vigor al concepto de democracia real, ese estropeado sistema de gobierno que es reclamado ahora mismo en las calles por una población que se siente afectada en sus derechos, en sus libertades. Claro, no faltó una mente ‘lúcida’ y sumisa a la vez al establishment, que simplificara el momento político con la pobre imagen de unos cuantos jóvenes alcoholizados y repletos sus torrentes sanguíneos de sustancias que los hacen vivir sus propias alucinaciones.

Y si el obispo de Roma fue persistente en estas ideas centrales es porque identificó la necesidad urgente de hacerlo, dada la división y tensión social que vive el Ecuador de hoy, cuya complejidad no es posible ocultarla ni siquiera minimizarla. Y para ello no se valió de parábolas, sino de expresiones directas como aquel reconocimiento al pueblo ecuatoriano “… que se ha puesto de pie con dignidad”, aunque para el primer mandatario haya sido algo así como un guiño, más bien, al proceso político que lidera hace más de ocho años. Aunque si esto fue así, entonces nos preguntamos ¿qué hace la gente reclamando, por aquí y por allá, a voz en cuello, la ciudadanización de la política?

Asimismo, con ocasión de su visita a la PUCE, el pontífice destacó: “… No nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra realidad (…). Más aún, no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte”.

De ahí la importancia de dar una adecuada lectura a los mensajes pronunciados por el papa Francisco. Recordemos que las Sagradas Escrituras nos dicen que “el que tiene oídos para oír, oiga”. Solo así el diálogo nacional tendrá sentido. (O)