Leyendo la crónica del diario, sobre Diana, una virtuosa del violín que alegra los oídos de quienes la escuchan en las calles Luque y Chile, saltaron a mi memoria recuerdos de hace 40 años cuando paseando por las concurridas calles de Manhattan, vi dos escenas, una, la de una mujer que sentada en un pequeño banco sacaba melodías de un pequeño teclado y, en otra, a un no vidente que junto a su perro conversaba amenamente con un policía. Ante unos comentarios que hice, mi madre me dijo: “Hijo, esa mujer no está pidiendo caridad, ella está haciendo un trabajo y la gente por eso le paga; y el señor no pide caridad tampoco, porque para comer, el Estado le da una pensión, él pide dinero para dar de comer a su perro”.

Este comentario de mi madre se me grabó tanto que desde entonces cada vez que tengo oportunidad de visitar otras ciudades, me dedico a observar a las personas que en una acera permanecen tocando un instrumento o pidiendo una ayuda para algo o para alguien, incluso para consumir droga; y es interesante descubrir la serie de conclusiones a la que podemos arribar si somos lo suficientemente capaces y sensibles. Lo más interesante es entender que no siempre quienes tocan un instrumento en la vía pública son novatos en la materia, que utilizan su arte para sobrevivir, que quienes los observan les hacen llegar su colaboración, sembrando de esta forma la cultura de la solidaridad, y que siempre aparece una sonrisa o una venia de quien la recibe.

En Canterbury observé y escuché a un músico que tocaba una guitarra, a la vez que sacaba melodías de un rondín y con el pie le daba a un bombo, su música me sonó a andina y cuando terminó de tocar me le acerqué y le pregunté que de dónde era esa música, a lo que me respondió “is from Perú”; cuando le dije que me había parecido conocida la tonada me preguntó: “de dónde tú eres?”, le dije que era de Guayaquil, y él me dijo: “yo soy de Cuenca y estoy haciendo las harinas para irme a España”.

En cuanto me sea posible voy a ir hasta Luque y Chile a escuchar y conocer a este personaje y ojalá mi mano se porte lo más generosa posible, porque desde ya me siento orgulloso sin conocerla y porque mi ciudad en este aspecto no tiene nada que envidiarle a Oxford.(O)

Eduardo Vargas Tobar, doctor en Medicina, Guayaquil