Parece que la diplomacia no es uno de los fuertes del papa Francisco. Al menos no bajo el estándar diplomático convencional, ese que es muy cuidadoso de las formas y los contenidos al punto de que cada gesto, por minúsculo que fuera, es calculado y calibrado como en las jugadas del campeonato mundial de ajedrez. Lo que ocurrió, por ejemplo, con la visita papal a Turquía en diciembre de 2014, apuntaba a un acercamiento del cristianismo al mundo musulmán en un periodo particularmente sensible por el crecimiento del Estado Islámico y la tensión que gatilló un mes después la tragedia de Charlie Hebdo. Además, la visita se leyó como un gesto para limpiar las heridas que había provocado el intento de asesinato de Juan Pablo II, baleado a quemarropa por el turco Mehmet Ali Agca en 1981.

La buena percepción generada por la visita de Francisco tomó otro color cuando el pontífice declaró en marzo de este año que no se podía olvidar el exterminio de los armenios entre 1915 y 1917, en lo que calificó como el primer genocidio del siglo XX. En el marco de su reunión con el patriarca de la Iglesia armenia, las declaraciones papales parafrasearon un texto que escribiera Juan Pablo II en 2001, en el que condenaba el asesinato de 1,5 millones de armenios por parte del entonces ejército otomano. Tal como lo explicara el fallecido periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro El Imperio, Armenia es el último eslabón de la cristiandad y de occidente en Oriente Medio. Parte de la identidad armenia está enraizada en el cristianismo, comenzando porque el idioma armenio empezó con la Biblia escrita en esa lengua en el siglo XII. De ahí se entiende la afinidad natural entre iglesias cristianas.

Empero, los turcos tomaron muy mal las declaraciones porque su política exterior evade el reconocimiento del genocidio. No solo que cuestionaron al papa y generaron un conflicto diplomático. El hecho escaló al punto de que grupos políticos musulmanes turcos quieren cambiar el estatus de Hagia Sophia, la principal atracción turística turca. Con 14 siglos de antigüedad, la construcción fue la principal iglesia del Imperio Bizantino, que conserva invaluables íconos del periodo cristiano. Cuando conquistaron Constantinopla, los otomanos la transformaron en su más fastuosa mezquita. El “castigo” radicaría en cambiarle el estatus de museo que Hagia Sophia ha tenido durante ocho décadas, por el de mezquita, borrando los invaluables frescos cristianos.

Algo similar podría generar la reciente Laudato si (Alabado seas), la primera encíclica que Francisco escribe en solitario. En ella propone una “revolución cultural valiente” en aras de preservar nuestro planeta. “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilo de vida, de producción y de consumo”, escribió el papa, advirtiendo sobre el comportamiento “suicida” de un sistema económico mundial que ha convertido al planeta en un “depósito de porquería”.

Laudato si es la primera encíclica que expresamente enfrenta el debate ético sobre el calentamiento global y significa un espaldarazo moral a las iniciativas que intentan avanzar en la implementación de medidas radicales que disminuyan las emisiones contaminantes. El texto papal además fue saludado por diversas organizaciones ecologistas, por autoridades como los presidentes François Hollande y Barack Obama, y por el secretario de la ONU, Ban Ki-moon, quien a seis meses de la Cumbre del Clima de París que busca cerrar un acuerdo mundial que sustituya al Protocolo de Kioto afirmó que el texto “enfatiza que el cambio climático es uno de los mayores retos que afronta la humanidad y que es un asunto moral que requiere de un diálogo respetuoso con todas las partes de la sociedad”.

Los grupos conservadores y los críticos de la visión “catastrofista” sobre el calentamiento global tacharon a la encíclica de tener una visión parcial de los hechos. Los grandes emporios empresariales estadounidenses, varios congresistas y senadores republicanos, así como los candidatos conservadores a la presidencia norteamericana, no dudaron en afirmar que el texto de Francisco está sesgado y que el costo de las medidas proprotección del ambiente puede ser devastador. Esta postura es compartida incluso por sociedades profundamente católicas, como es el caso de Polonia, donde el carbón es la principal fuente para producir electricidad. Varios grupos políticos polacos, identificados como católicos, cuestionaron la encíclica papal señalando que no pueden dejar de extraer carbón, cerrar sus minas o las plantas de electricidad que usan este mineral.

El tema de la perspectiva moral que plantea Laudato si es muy profundo porque hace un duro llamado a los gobiernos y a los ciudadanos, exponiendo el conflicto vital de la preservación del medioambiente. Algo que puede remecer consciencias y generar más de un roce, cuando el papa visite una región de impronta tan extractivista como la latinoamericana. (O)

“La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilo de vida, de producción y de consumo”, escribió el papa.