Como estaba previsto, las elecciones locales y autonómicas cambiaron el panorama político español. Sin embargo, no se produjo el terremoto que muchos anticipaban al imaginar que Podemos, el nuevo partido de izquierda, obtendría un resultado arrollador. Es verdad que a esta agrupación le ha ido bastante bien y que el bipartidismo ya pasó a la historia, pero el mapa político que se dibujó no está marcado por la sustitución de los partidos tradicionales. No hubo el revolcón que angustiaba a sus dirigentes y llenaba de esperanza a sus emergentes opositores. El resultado es algo más complejo y ya se están sintiendo las consecuencias.
Un primer aspecto que resalta es la diferencia con lo que sucedió en Grecia hace pocos meses, cuando hubo un triunfo arrollador de la izquierda. En términos generales, se puede decir que en España hubo una corrida hacia ese lado, que se expresa en la derrota del gobernante Partido Popular y en la suma de los votos del Partido Socialista, Podemos y otras agrupaciones menores. Pero no es un resultado que anticipe un cambio radical como el que pregonaban los dirigentes de Podemos que, cabe recordar, querían reproducir la experiencia de los países bolivarianos en la que estuvieron involucrados. Es un leve desplazamiento hacia la izquierda sin abandonar el centro.
Un segundo aspecto es la heterogeneidad de los resultados, que corresponde a la diversidad regional de España. Las diferencias no se limitan a las comunidades, como el Euskadi y Cataluña, que tradicionalmente han tenido un comportamiento distinto al resto. El surgimiento de las nuevas fuerzas políticas ha significado el reemplazo de la fotografía que predominó a lo largo de las últimas dos décadas, pero no se puede aún afirmar que la nueva podrá perdurar o establecerse como algo definitivo. Serán necesarias varias elecciones para que se dibuje una tendencia a nivel nacional.
En tercer lugar, esta contienda no tiene un ganador claro, pero sí un gran perdedor. Las derrotas del PP en bastiones como Valencia y Madrid y la pérdida de más de la mitad de sus votantes constituyen el peor desempeño de su historia. A pesar de la baja votación obtenida por el PSOE, el otro partido tradicional, a nivel nacional, sus triunfos en varias comunidades le permitirán gobernar o cogobernar en algunas de ellas. Es una manera de triunfar perdiendo.
Finalmente, la fragmentación de la votación y el surgimiento de las nuevas fuerzas son alicientes para el establecimiento de acuerdos y pactos casi desconocidos en el escenario español. Es probable que esto obligue al desplazamiento del PSOE hacia la izquierda, así como de Podemos hacia el centro para llegar al punto de encuentro que necesitan para formar gobierno en varias comunidades. Si no lo hacen, beneficiarán al PP que, por su parte, deberá también correrse hacia el centro para aliarse con grupos como Ciudadanos y otros menores. Incluso es probable que dentro de ese partido se produzcan rupturas y sobre todo un recambio generacional. Es un nuevo panorama, distinto al anterior, pero también al que se esperaba. (O)