Uno de los capítulos de las neurociencias que frecuentemente despierta interés y es motivo de extensas investigaciones es aquel que corresponde a las funciones de los lóbulos frontales del cerebro. En el proceso de evolución, el cerebro humano se rodeó de capas nuevas de corteza cerebral (neocorteza), que permitieron que nos diferenciáramos del resto de los seres vivos dotándonos de la ventaja de poseer intelecto. Gracias a esa neocorteza, el ser humano analiza, planifica, toma decisiones, resuelve conflictos, entre muchas otras funciones intelectuales que solemos realizar.

La corteza prefrontal (la zona más anterior del lóbulo frontal) es el área más y mejor diferenciada de nuestro cerebro que nos otorga la especial condición de seres pensantes. Sus complejas conexiones entrelazan estructuras diversas que relacionan estímulos y emociones con la capacidad y la calidad de nuestras respuestas y reacciones. Estos circuitos cerebrales incluyen neurotransmisores involucrados en la regulación del estado de ánimo, que nos ayudan a escoger un determinado comportamiento entre las diferentes alternativas que puede generar una emoción. Nos permiten detectar errores haciéndonos conscientes de ellos para escoger mejores decisiones.

Por otro lado, la corteza prefrontal es la responsable de nuestras funciones ejecutivas, que implican aquellas habilidades cognitivas que nos permiten planificar, razonar, programar, regular y llevar a cabo eficientemente las tareas. Mediante estos múltiples procesos podemos desarrollar y alcanzar metas, así como inhibir los impulsos que se contraponen a ello.

Nuestro comportamiento social es resultado del balance entre los impulsos y su inhibición. Muchos investigadores argumentan que la corteza prefrontal es la que más contribuye en nuestra formación como individuos. Juega un importante rol en la sensibilidad moral y la moderación de los individuos. Si careciéramos de ella, actuaríamos sin freno alguno, regulados solamente por nuestros deseos y nuestros impulsos, sin habilidad para pensar acerca de las consecuencias de nuestras acciones.

El advenimiento de la resonancia magnética funcional y de otros estudios de imágenes han permitido corroborar cambios en tamaño y función de las estructuras y conexiones prefrontales, en individuos con trastornos de personalidad caracterizados por acciones irresponsables, engaño, impulsividad y ausencia de afecto o remordimiento.

Elegir no actuar o inhibir de manera intencional nuestras acciones son habilidades que constituyen el autocontrol, una función de importancia crucial para nuestro correcto funcionamiento en la vida. Factores relacionados son la atención y la respuesta selectivas, el control motivacional y la inhibición del comportamiento. Todas esas condiciones pueden estar dirigidas por procesos externos (ejemplo: el sonido de una ambulancia) o internos (ejemplo: inhibirse de seguir comiendo), pero finalmente son reguladas por complejas conexiones y complejos circuitos neuronales frontales.

El descontrol de los impulsos forma parte de diversas patologías neurológicas y psiquiátricas, y en ciertos casos son consecuencia de determinados tratamientos farmacológicos. Con menor prevalencia, estos trastornos también aparecen en la población general como parte de los comportamientos adictivos. No obstante la carga genética que les corresponde, aspectos del entorno como la influencia prenatal y eventos críticos de estrés en la vida podrían ser factores de riesgo y anticipadores de impulsividad. Pero, hasta el momento no es posible determinar quiénes sí y quiénes no desarrollarán esos comportamientos. ¿Será posible algún día? ¿Será deseable que lo hagamos? (O)