La madre, por mandato divino, es la fuente del don precioso de la vida, la verdadera educadora de sus hijos en valores eternos, para definir el destino de la conducta humana sabiendo que la felicidad solo se consigue venciendo lo difícil.

Los hijos tenemos que pensar en elegir lo bueno, no hacerla sufrir, no olvidarla, ni incurramos en la ingratitud de los que aprueban leyes contranatura que destruyen a la familia establecida por Dios, olvidándose que nacieron del vientre de una mujer; por ello estamos viviendo la etapa peligrosa de los antivalores. (O)

Laureano Ruiz Núñez,
Doctor en Jurisprudencia, Guayaquil