Mientras usted le dedica, estimado lector, unos minutos a este artículo de un poco más de 500 palabras, este mismísimo momento, en la parroquia de Baños, al occidente de Cuenca, una familia llora de impotencia. De rabia. De obligada resignación.
El sábado 18 de abril Esperanza, llamémosla Esperanza, vivió el más cruel infierno que a sus quince años el destino le pudo poner en su camino de esperanza: ella fue violada, violentada, vilipendiada, humillada, ultrajada, agredida. La dejaron en guiñapos, con todos sus fragmentos desperdigados.
Esperanza sobrevivió dolorosamente al domingo; dopada, al lunes; agonizante, al martes. Y el miércoles no pudo más y desencarnó: se fue. Se escapó del dolor físico. Murió y como evidencia nos dejó su cuerpo en fragmentos. La hallaron con un madero atravesándola. No resistió y murió.
Fue la tercera muerte violenta ocurrida en las dos primeras semanas de abril, todas en la parroquia Baños, otrora lugar destinado a los paseos familiares, al turismo local, al nacional y desde hace unos años al internacional.
Tres muertes violentas: las dos anteriores también consecuencia de actos delictivos; el primero con un disparo tras el robo de un celular; el otro con una certera puñalada en el corazón.
Lo que va de abril ha sido unas semanas de tragedia, pero no es el único mes que nos pone en alerta. El 23 de marzo un estadounidense de 64 recibió 30 puñaladas, cuando se encontraba al interior de su vivienda junto a uno de los ríos que atraviesan la ciudad.
Para estar a tono con las estadísticas –argumento utilizado por los voceros de la policía para tranquilizar a la población– hurgamos entre los archivos del 2014: hasta abril del 2014 en Cuenca ocurrieron once muertes violentas.
Entonces seguimos buscando. Pero en esta ocasión, respuestas: la más evidente fue un control vehicular en una avenida muy transitada de aquella parroquia, que no puede ser entendida más que como un ineficiente efecto mediático que deja de mirar el problema de forma estructural.
Desde hace mucho la parroquia Baños se fue poblando con bares de la peor calaña; hoteluchos con sus respectivos permisos de funcionamiento y registros gremiales que son –todo el mundo lo sabe– antros. Hay microtráfico, también. Es decir, el germen de la violencia en esa parroquia no se resuelve con acciones para las cámaras de los reporteros.
Lo que está ocurriendo en la ciudad es parte de un problema estructural para el cual, al parecer, no tenemos una respuesta clara desde los niveles que deben darla: hacer mapas de inseguridad o alimentar estadísticas, operativos “sorpresa” –para las cámaras– no son parte de una solución real. Integral.
Escuché los “descargos” de un jefe policial que justificaba “una mala interpretación” de lo que ocurría, porque hay actos delincuenciales que son violentos, y otros violentos que no son delincuenciales, y otro nivel más que no era ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.
El llamado que desde Baños, desde Cuenca, desde el Austro hacemos, reclama por más seguridad. No queremos detenernos en las estadísticas, sino reflexionar en el dolor que estos hechos –violentos, no violentos, delincuenciales, no delincuenciales, ni violentos ni delincuenciales pero sí mortales– provocan. Esperamos una respuesta contundente. (O)









