Empiezan las clases y quiero compartir ciertas reflexiones, como siempre arbitrarias, sobre temas que he observado durante mi experiencia en educación, que podrían ser útiles para los que tenemos hijos en el colegio.
Antes de profundizar en esto quiero ubicar desde donde entiendo el aprendizaje, no veo el aprender como ir por ahí satisfaciendo curiosidades ni memorizando nombres, fechas y fórmulas, sino como la capacidad de hacer algo que antes no se podía. Es decir, saber es saber hacer.
En este contexto, aprender es incorporar una posibilidad; cuando sé hacer algo nuevo se me abre una serie de alternativas que antes no tenía, por ejemplo, si un niño aprende a nadar, ahora puede ir a la playa tranquilo, ir a fiestas con piscina, practicar natación, etcétera. Aprender es cambiar; y si uno cambia, el mundo y sus posibilidades también cambian.
Desde esta perspectiva, creo que hay barreras para el aprender, y la principal de ellas es la nota. Si bien su función es cumplir como un indicador que evidencie un progreso educativo, la nota ha cobrado una significación y relevancia social potente y preocupante.
Por ejemplo, cuando un niño llega del colegio después de rendir un examen, los papás le preguntamos: ¿qué nota sacaste?, si dice “10” todo es felicidad y lo premiamos. El mensaje que le damos es que la aceptación de él en ese contexto está condicionada por la calificación que obtiene.
¿Qué pasaría si cambiamos la pregunta?, si en lugar de ¿qué nota sacaste? preguntamos ¿qué aprendiste?, y luego compartimos un momento de conversación y felicidad sobre lo que se aprendió, entonces el niño entenderá que su aceptación pasa por lo que sabe y no por la nota que saque.
Este pequeño cambio modifica la posición desde donde el estudiante se ubica frente al aprender. Si su reconocimiento viene por una nota, hará lo necesario por obtenerla, y la nota como objetivo es un fin a corto plazo, fragmentado, sujeto a la comparación y competitividad; por el contrario, si se pone el foco sobre el saber, este lleva a valorar el aprendizaje como un proceso continuo, a largo plazo y personal.
La nota o calificación puede ser válida, siempre y cuando se dé prioridad en el estudiante a la imagen de sí mismo como generadora de resultados y no al resultado como tal. A los resultados que el individuo alcanza en función de su potencial, y no en comparación con el resto de sus compañeros.
La educación atraviesa un escenario que demanda reflexiones urgentes, debemos educar para una sociedad de la incertidumbre donde la producción y gestión del conocimiento empieza a estar fuera de las lógicas formales, educar para enfrentar la complejidad de la convivencia humana democrática y la diversidad, educar para la innovación en contextos de alta complejidad social.
Por eso, creo que es necesario cambiar la discusión del aprendizaje de lo cuantitativo a lo cualitativo.
Tenemos un desafío y una responsabilidad grande, hoy más que nunca hay que enseñar a pensar, a hacerse nuevas preguntas y, principalmente, enseñar que un niño no es la nota que saca. (O)