Recuerdo, muy bien, cuando los ‘13 de abril’ se los celebraba con casa llena. Los estudiantes habían regresado ya de sus vacaciones y los maestros, luego de un mes de descanso, se encontraban física y mentalmente preparados para una nueva siembra. Eran otros tiempos, no cabe duda. La misión era la misma: completar la formación moral y cívica iniciada en los hogares, desarrollar destrezas para la adquisición de conocimientos útiles y encontrar senderos para llegar al descubrimiento del pensamiento creador.

–En estos días retornan los maestros a sus labores; disponen de dos o tres semanas para cumplir con tareas asignadas. El país confía en ellos y les desea que inicien su trabajo con optimismo, con enorme responsabilidad y muy conscientes de que su rol nadie lo asumirá, que ellos son personas insustituibles y, además, que no pueden ni deben defraudar las esperanzas de los padres de familia y de la sociedad, en general.

–Soy profesor jubilado luego de haber ejercido la docencia tanto en jardines de infantes, escuelas, colegios, como en la universidad –no simultáneamente– por cincuenta y ocho años. Cada profesión tiene sus horas de dicha y también sus horas tristes. Les cuento las felices, amables lectores. Soñé siempre con ‘mi día a día’: revisar conceptos, hacer mi plan de clase, preparar material didáctico con esmero e ilusión. Mis últimas clases al igual que las primeras tuvieron siempre el suspenso de un debut porque cada niño o todo joven, con sus miradas y atención, me decían que querían saber, más y más. Los serios, los alegres, los pensativos y también los distraídos, todos tenían un lugar en mi jornada de trabajo. Mi cuaderno de calificaciones donde registraba lecciones dadas y deberes corregidos tenía una hoja aparte, algo secreta, donde escribía los avances de cada alumno en su formación personal, en el respeto a los demás, en su salud y aseo, inclusive sus problemas familiares que nunca faltaban.

–No todo humano nació para maestro. Pocos son aptos para tripular un avión. Escasos los que hacen de la salud su misión y profesión. Es una pena que no existan códigos exigentes para quienes optan por el servicio público, en diversas esferas del quehacer político. Los comunicadores sociales, en radio y televisión, se someten a exámenes exigentes que aseguren su éxito. Los maestros son comunicadores por excelencia. A más del saber requieren tener y demostrar pasión por lo que hacen. Un maestro por vocación lleva en su mochila mucho amor, dosis enormes de razón, paciencia sin límites, hambre de sabiduría y amor de patria.

–Ser buen profesor, no es sinónimo de bonachón; al igual que exigente no es de verdugo ni tirano o responsable de sumiso o cómplice. La razón y el amor deben darse la mano cuando se premia o castiga. Somos responsables de la formación de jóvenes y viejos que hoy dirigen importantes funciones del Estado; se oye decir que son brillantes a pesar de que combatan al sistema que les dio lustre. Nosotros los formamos o ‘deformamos’. ¡Buen viento y buena mar!

“Un maestro afecta a la eternidad; nunca sabe dónde termina su influencia”
(Henry Adams). (O)