“Los países de medianos y bajos ingresos concentran aproximadamente el 85% de los muertos y heridos por siniestros de tránsito. En particular, América Latina y el Caribe ostentan una de las tasas de letalidad más altas del mundo (15,01 defunciones/100.000 personas) y de no mediar acciones urgentes esta tasa se incrementará a 31 cada cien mil personas para el 2020 (WHO, Global Status Report on Road Safety) / Próximamente: Curso de cultura vial, por Aprendamos”. Este texto, publicado hace unos días en una red social, me hizo cambiar el tema de mi columna de hoy. La educación vial en Guayaquil es un problema serio y hay que abordarlo.

El artículo ‘Experiencias internacionales en campañas integrales y efectivas de seguridad vial’, publicado en la web de Cepal, hace la distinción entre campañas de educación vial y campañas de seguridad vial. Las primeras tienen como objetivo promover el conocimiento y entendimiento de las reglas del tránsito para mejorar las habilidades de los usuarios de las vías mediante esquemas de capacitación formal, mientras que las campañas de seguridad vial buscan modificar las conductas riesgosas de estos usuarios, mediante la entrega de información persuasiva que apela al raciocinio y emotividad del público, para erradicar conductas riesgosas.

He visto de cerca la implementación de acciones de ambos tipos, proyectos de educación vial en colegios, promovidos por fundaciones y organismos del Estado, y campañas de comunicación destinadas a prevenir en seguridad vial.

En ambos casos los resultados no fueron los esperados. Y pienso que no funcionaron porque el origen del problema no radica en lo vial, sino en la educación (entendiéndola desde una perspectiva de comportamiento social).

No creo que uno sea de una manera en las calles y de otra en su casa o el lugar de trabajo. Uno es, y lo que hace refleja el cómo es.

Si salimos en hora de congestión en Guayaquil veremos cómo se burlan las señales de tránsito, se bloquean cruces en los semáforos, no se respetan los pasos peatonales, y seremos testigos (y/o protagonistas) del caos, la prepotencia, el oportunismo, el egoísmo, los “sabidos” y también del “quemeimportismo” de muchos de los encargados de mantener el control del tránsito, y la causa de esto no es necesariamente el desconocimiento de las normas del tránsito o de conducta vial.

¿Somos así los guayaquileños? ¿Podemos definirnos por el cómo nos comportamos en las calles? Tal vez sí.

Y eso nos llevaría a pensar que la solución de este problema no pasará nunca únicamente por una acción o campaña de educación vial. Hay que revisar y repensar el desencuentro con el otro.

Hay que educar en cómo convivir, para que frente al volante, o como peatones, nos comportemos como somos, con conciencia sobre el otro y sus derechos en la convivencia.

La realización de campañas y acciones de educación vial pueden ayudar, pero deberían complementarse con otras medidas como legislación y control efectivo de las medidas, y lo más importante, consideradas en un contexto sistémico de educación para la convivencia.

Respeto mucho al equipo que produce los programas de Aprendamos y será interesante ver cómo aborda un curso de educación vial para nosotros. (O)