Salvo infortunios surgidos en el camino, por ley natural todos envejeceremos y alcanzaremos una edad que nos impedirá seguir trabajando y produciendo económicamente. La salud se verá afectada en mayor o menor grado según cuán sanos hayamos sido hasta entonces. No siempre tendremos compañía cerca, ya porque decidimos vivir solos, ya porque enviudamos, ya porque la familia se dispersó por diversas razones personales o laborales. En ese estado de vulnerabilidad, la pensión jubilar es la única realidad tangible con la que podemos contar.
Esa pensión, que dependerá de salarios percibidos mientras fuimos productivos y cuyo valor variará según las aportaciones que hayamos hecho al sistema, tendrá que administrarse cautelosamente para que alcance a cubrir al menos todas nuestras necesidades personales básicas. De lo independientes que éramos cuando trabajábamos, pasamos a ser dependientes de nuestra jubilación. Será nuestra protección para los años posteriores que tengamos de vida. A más edad, más susceptibles seremos de contraer enfermedades cardiovasculares, cáncer y trastornos neurológicos vasculares o degenerativos. La salud se tornará frágil y es muy probable que tengamos que realizar visitas médicas frecuentes y tomar medicinas a diario.
A ese preocupante panorama se enfrenta la mayoría de nuestros pacientes que bordean o han alcanzado la tercera edad. Quienes usualmente atendemos a adultos mayores no podemos dejar de estremecernos ante el discurso triste y depresivo de quien siente soledad y orfandad en la vejez. En aquellos casos en los que no hay descendientes, y sobrinos o hermanos están ausentes, la desolación y la incertidumbre generan tal ansiedad que terminan empeorando o generando nuevos síntomas. Una de las mayores angustias del adulto mayor es la atención a su deteriorada salud. Luego de una larga espera llegan a conseguir una cita en el hospital. En su primera visita reciben las órdenes para que se les practiquen exámenes. A tal efecto tendrán que obtener las respectivas citas para después poder regresar donde el médico. Con suerte, en este periplo se tardan entre 2 y 3 meses como mínimo. A veces les es entregada la medicina; otras veces, no. Mientras tanto, si la condición de enfermedad lo amerita, quienes pueden acudirán a un médico particular; otros se resignarán a esperar.
Cuando por carencia en los servicios públicos de salud debe ser comprada de manera particular, una receta médica de un jubilado con enfermedad neurológica crónica degenerativa representa un gasto económico que impacta seriamente su pensión jubilar. Ese único ingreso mensual que es la pensión jubilar debería servir para vivir una vejez digna, protegida y sin mayores preocupaciones. A esa edad la salud es doblemente apreciada y el estado de bienestar es incierto.
Por eso, la posibilidad de que el Estado retire su aporte al IESS produce mucha inquietud y mucho temor entre los jubilados, que ven peligrar el valor de sus ya exiguas pensiones. Es absolutamente comprensible. Basta imaginarse en los zapatos de un adulto mayor cuyo bienestar depende de su pensión de jubilación para sentir escalofríos. Sin lugar a dudas, ellos y ellas serían los más perjudicados. (O)










