La expresión aquella de que “cuando más cambia América Latina más permanece igual” parece tener un asidero cierto en el comportamiento de ciertos gobiernos calificados de “progresistas”. El caso más paradigmático es el de Venezuela, donde Unasur no ha sido capaz de condenar al gobierno de Maduro que manda con poderes excepcionales, sin límites en las violaciones a derechos humanos, que encarcela a los opositores y persigue implacablemente a cualquiera que ose criticarlos. Para los gobiernos que crearon esa entidad supranacional para desmarcarse de una “inoperante” OEA, lo que vemos en realidad es una repetición de lo que por mucho tiempo se condenó desde la otra vereda. Cambiaron para acabar en el mismo sitio de donde habían partido.
Un presidente de los progresistas lo había dicho más claramente que ninguno cuando en un discurso público manifestó que habían ¡cambiado el país 360 grados! Creyendo que con eso afirmaba que cambiaron diametral y revolucionariamente, en realidad la figura geométrica graficaba que habían vuelto al lugar donde todo se había iniciado. Pudo ser un lapsus mental la afirmación, pero no deja de ser llamativa y clara a los ojos de quienes observan cómo las conductas cuestionadas por mucho tiempo hoy son parte de una ecuación política donde lo más revolucionario es parecerse a los gobiernos que se fueron, a los que se criticaron por mucho tiempo y sobre los cuales se construyó este poder que hoy en día en nombre de la gobernabilidad y de la defensa del gobierno se repiten en los mismos comportamientos conocidos.
Hay periodos de la historia que creíamos superados como las violaciones abiertas a los derechos humanos y ese comportamiento cómplice de varios gobiernos que sostienen a otros de la misma orientación a pesar de la contradicción y abierta confrontación que tienen con respecto a los valores democráticos. Nunca como hoy vemos que el nepotismo, el clientelismo, la persecución de las ideas, las prisiones, represiones callejeras y cárceles para los que tienen una perspectiva diferente son parte de un catecismo gubernamental que es incentivado por una posición de los Estados Unidos que solo consigue legitimarlos en su represión interna. Hay sin embargo, y hay que decirlo, actitudes valientes como las del pueblo brasileño que salió a las calles hace unos días en un número cercano a 2 millones de personas pidiendo el fin de la corrupción del gobierno del Partido de los Trabajadores que con empeño y constancia ha logrado superar todos los índices conocidos de corrupción de su país y que ahora la sociedad les grita desde las calles el fin de un gobierno construido sobre la mentira y el ocultamiento.
Estos gobiernos “revolucionarios” solo lograron cambiar el nombre y la denominación de quienes han hecho de un subcontinente rico en potencialidades en un espacio de pobreza y de inequidad. Los que se llenan la boca con la palabra pueblo en realidad lo han postergado del desarrollo y de la dignidad humana básica.
Por eso el cambio que pregonan es claramente de los 360 grados. Han vuelto al mismo lugar de donde partieron, solo que en ese camino se perdieron un par de generaciones que vivieron la abundancia de las materias primas en manos de gobiernos mentirosos, corruptos y torpes.(O)
Para los gobiernos que crearon esa entidad supranacional para desmarcarse de una “inoperante” OEA, lo que vemos en realidad es una repetición de lo que por mucho tiempo se condenó desde la otra vereda. Cambiaron para acabar en el mismo sitio de donde habían partido.