El gobierno revolucionario desempolvó las ideas de moda en el Medioevo y descubrió que la solución para el embarazo de adolescentes es cerrar los ojos, taparse los oídos y rechazar el hedonismo. En los mismos días, acudió a los bestsellers de los años cincuenta del siglo pasado para sostener que la solución para la crisis económica está en el encarecimiento de los productos importados. Finalmente, uno de sus aparatos de control de los medios retomó las prácticas del franquismo y del estalinismo –siempre hermanados en sus principios– para advertir que cualquier desvío de la verdad oficial podría caer en la tenebrosa figura jurídica de pánico económico.

No es solo el olor a naftalina lo que une a esas tres acciones. Si en todas ellas es evidente la recuperación de concepciones y políticas del pasado, es porque apuntan a un objetivo común. En diferentes campos, tanto de la vida individual como de la convivencia social, las tres buscan implantar el verbo abstener en todas sus formas y con todos sus sinónimos. Abstinencia, abstención, inhibición, contención, continencia, privación, renuncia e incluso –para no traicionar al origen religioso– sacrificio y martirio, son las recetas para las relaciones afectivas, para el consumo diario y para la expresión del pensamiento.

Será porque son soluciones tomadas de épocas lejanas o simplemente porque quienes las proponen viven el sueño ecuatoriano, lo cierto es que resulta difícil encontrar el vínculo con la realidad. Sostener que la actividad sexual debe tener únicamente fines reproductivos y entregar la responsabilidad a la familia es no conocer elementalmente la función del placer en el comportamiento humano. Más grave aún es ignorar la realidad de una abrumadora proporción de familias en las que el peligro está en su interior. No les haría mal, para comenzar, una lectura de Freud y una mirada atenta a las familias, que no son la familia.

En la limitación del consumo, llama la atención que ninguno de los funcionarios que recorrieron los medios a lo largo de la semana hubiera incluido entre los escenarios posibles el de los efectos negativos de las salvaguardias. Al esgrimir como principal y único argumento que los pobres no consumen productos importados, implícitamente confesaron que no asistieron a la clase sobre los encadenamientos productivos y que nunca vieron la matriz de insumo-producto. Se ve, además, que ninguno de ellos se ha dado una vuelta por la Bahía o por la Ipiales para entender la inutilidad de las medidas que convocan a la abstención en el consumo.

El llamado a ceñirse a la verdad oficial y, por consiguiente, inhibirse de expresar la opinión propia, vino con el olor de la amenaza. Siguiendo la pauta establecida, encontraron que la causa de los incrementos de precios y de los abusos que podrían venir se encuentra en la información (no se diga en la opinión) divulgada por los medios. En la lógica de guerra avisada, advirtieron que esto podría causar conmoción social. El buen entendedor, dirán ellos, sabrá que es mejor abstenerse. Como en las relaciones afectivas, como en el consumo.(O)