Con cierta frecuencia, mi memoria trae a presente la queja que, más en serio que en broma, me manifestó un querido amigo, hace algún tiempo: “Estuve enfermo y no me visitaste”.

Este gentil y afectuoso reclamo suele tener para los creyentes católicos especial connotación, especialmente si hemos leído, comprendido y asumido el espíritu que informa y configura el capítulo 25 del Evangelio según San Mateo.

Allí Jesús explica la importancia del amor, colocándolo como parte central de su doctrina, haciendo del generoso bien obrar la clave para participar en la bienaventuranza eterna, sin exigencias de afiliaciones previas, como puede deducirse al leer detenidamente su texto.

Por supuesto, desde aquella ocasión, trato de no volver a merecer tan acertada reconvención.

Siendo la atención a los privados de salud especial preocupación de la Iglesia católica, san Juan Pablo II instituyó la Jornada Mundial de los Enfermos, que, por vigésima tercera ocasión, este año se cumplió el 11 de febrero.

Para recordar y estimular un amoroso servicio asistencial, el papa Francisco, desde la perspectiva de La sabiduría del corazón, extraída del Libro de Job 29,15, dirigió un mensaje que trataré de sintetizar.

En el citado versículo se lee: Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies.

Nos explica que esa expresión implica una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien aprende y sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios.

Añade que también es sabiduría del corazón servir al hermano, especialmente desvalido, estar con él, salir de sí hacia él y ser solidario con él, sin juzgarlo.

Esto último me parece determinante.

Como puede usted apreciar, se trata de un plan de vida exigente; pero ¿qué sensación de satisfacción se percibirá al concluir jornadas de aproximación, acompañamiento, diálogo y ayuda concreta a enfermos, especialmente a los que no tienen otra forma de corresponder la visita que con su palabra o su sonrisa agradecidas?

Francisco aprovecha la ocasión para reiterar parte de su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, 179, y expresa: “Quisiera recordar una vez más la absoluta prioridad de la ‘salida de sí hacia el otro’ como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios”.

Parece extraño este lenguaje, en este tiempo en que ofensas, diatribas, violaciones, esclavitudes, asesinatos a nacidos y por nacer proliferan dentro y fuera de nuestras fronteras.

No obstante, existe, se proclama y se vive, aunque no se difunda adecuadamente, el espíritu de fraternidad que nos conmueve y nos hace reconocer nuestros deberes humanos, llevándonos a proceder solidariamente.

¿Qué se debería hacer para aumentar y mejorar el acompañamiento a los enfermos que están esperando y merecen ser visitados? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)