Algo huele mal. Tan mal que parece que la fetidez llegó incluso hasta el hermético recinto en que se tramitan ágilmente las leyes que envían desde el palacio de la plaza grande. Los malos aromas provocaron el milagro de hacer hablar a la representante de la voluntad popular que respetaba militantemente el silencio que hace largos meses le impusieron. Refiriéndose a sí misma en tercera persona, como que expresara algo que no ha nacido de su propia voluntad, trató de demostrar que no existían fisuras allí donde todo el mundo las veía. Pero ya era tarde para ello. Las discrepancias dentro del dócil grupo oficialista, en la sesión del jueves de la semana pasada, demostraron claramente que muchos de sus integrantes no quieren ser parte de las consecuencias de la ceguera y la mudez que se les impone. Pero, sobre todo, dio pistas de la existencia de fuertes voluntades que quieren impedir que el dedo haga saltar pus.
La fetidez tiene dos orígenes. Por un lado, viene de la caída de cuatro helicópteros de una flota de siete que, según la verdad que se va construyendo e imponiendo, habrían sido entregados a una manga de incompetentes. Dado que estos fallan como humanos, no queda nada por hacer y se cierra la indagación. Además, debido a que por fuerza y por costumbre se conforman comisiones investigadoras de los accidentes, es innecesario que se inmiscuyan los legisladores. Por otro lado, la hediondez viene del asesinato de un general en servicio pasivo que hizo observaciones acerca de la compra de esos mismos aparatos. También en este caso se va construyendo e imponiendo la verdad única, que es la calificación del crimen como un delito común. Es una afirmación sorprendente cuando la sostiene, entre otros, el ministro que se ufana de la reducción de la inseguridad y la delincuencia. Siguiendo el libreto, aquí tampoco corresponde que entren los legisladores porque ya se encargó la Fiscalía.
Como suele suceder cuando hay un margen de libertad para expresarse, hay quienes cuestionan la verdad oficial. Básicamente, estas personas exponen tres argumentos. Primero, sugieren que los dos hechos están relacionados, que el asesinato del general se explica por la caída de los helicópteros o, con mayor precisión, por los entretelones de la compra de estos. Segundo, ponen en duda la validez de las investigaciones realizadas en ambos casos, ya que hay demasiados vacíos que se deben llenar y cabos sueltos que se deben atar. Tercero, sostienen que además de su tratamiento en los ámbitos judiciales corresponde también tratarlos en el campo político, debido a que se trata de recursos públicos y de un general de las Fuerzas Armadas.
Pero, a pesar del alboroto del jueves y del temor a sufrir las consecuencias de su inacción, seguramente todo terminará cuando el jefe infalible e inapelable imponga nuevamente el silencio. Así ha sucedido hasta ahora y no hay motivos para pensar en que esta vez escucharán a quienes cuestionan la verdad oficial. Muchos años se han acostumbrado a vivir entre los malos olores. (O)