A propósito de una actividad a favor de la lectura que por primera vez se realiza en Ecuador, me refiero al I Campeonato Interbarrial de Lectura organizado por la Fundación EL UNIVERSO, nuevamente me atraparon la historia y palabras de la jovencita Malala Youzafsai, aquella niña pakistaní que desafió –nada más ni nada menos– al grupo fundamentalista religioso talibán y con él, a la muerte.

Esta pequeña, que como todos sabemos comenzó su lucha a los 11 años, dijo: “Teníamos dos opciones, estar calladas y morir o hablar y morir, y decidimos hablar”. Y por ventura no consiguieron asesinarla.

Impacta corroborar los giros que el sufrimiento da a la vida de algunos seres humanos. Solo así se explica que una adolescente a tan tierna edad haya hecho esas reflexiones y opciones. Es directa y terminante. Por eso sufrió el atentado que la llevó a debatirse entre la vida y la muerte. Sin embargo, lo extraordinario de su comportamiento es que sus palabras no alientan la venganza, ni ofenden, ni amenazan.

Malala es especial por lo que opta. Segura de que moriría, optó y habló.

Y luego, gran parte de su vida estuvo rodeada de odio y venganzas, pero ahora que su voz es escuchada y que por eso tiene el poder de la palabra, enfrenta una nueva elección: opta por lo contrario al odio y a la venganza. Entonces da otra lección al mundo, especialmente a algunos líderes. A esos que sienten que las injusticias cometidas por unos en el pasado les dan luz verde para cometer otras en el presente. A esos cuyo comportamiento es siempre violento, atropellador, azuzador porque creen que es el camino para cambiar la violencia. A esos que hablan de solidaridad, pero la nutren de revancha. A esos que en nombre de la justicia y de la dignidad negocian la injusticia y humillan pisoteando la dignidad de muchos. A esos que están convencidos de que son los guardianes de la democracia pero que no se sienten obligados a respetarla. A esos que en nombre de la libertad de expresión la amordazan y amenazan en un intento de callarla para siempre, desvirtuando todo lo positivo que una ley de comunicación pueda tener porque hacen exactamente lo que prohíben. A esos que vociferan contra la corrupción, pero no admiten la que se cocina y desborda en su gestión. A esos que para resaltar sus gobiernos los comparan con otros, con los más aciagos y vergonzosos, y así asegurar su brillo y marcar diferencias, en vez de rendir cuentas demostrando cuánto han recibido y cuánto han hecho con eso.

Sí. El sufrimiento hizo de Malala una joven sabia, generosa, valiente. No todos los seres humanos tienen esa capacidad para, sin importar su circunstancia, conseguir no solo ponerse de pie, sino optar por un comportamiento moral del que le salgan alas y, por eso, un día elevarse sobre los demás.

Teníamos dos opciones, estar calladas y morir o hablar y morir, y decidimos hablar”. Malala es especial por lo que opta. Segura de que moriría, optó y habló.