Coloquialmente se atribuye a los médicos una mala caligrafía, prácticamente ilegible. El personal de enfermería y los despachadores de farmacia se quejan constantemente de la “mala letra médica”. Somos conocidos por nuestra peculiar forma de escribir. Pero esa falta está siendo superada con ayuda de la tecnología. Cada vez se generaliza más el escribir a través de la computadora, con lo que habría que suponer que desaparecerán las excusas para no entender las indicaciones médicas.
Lo que ha ocurrido, sin embargo, es que el avance de la tecnología ha puesto al descubierto nuestras grandes fallas lingüísticas. En este caso me refiero a los médicos, pero supongo que la misma debilidad existe en todas las profesiones. El buen uso del idioma y de sus reglas van de la mano en el proceso de una buena comunicación. El uso inadecuado de uno y de otras puede llevar a interpretaciones equivocadas y a errores que bien pueden no ser benignos. Resulta triste y decepcionante leer evoluciones médicas con auténticos horrores sintácticos y ortográficos: “hespasmo” en lugar de “espasmo”, “horal” en vez de “oral”, “impertensa” en lugar de “hipertensa”, “reabilitacion” en vez de “rehabilitación, “convulciones” en lugar de “convulsiones”, “punsion” en vez de “punción”, “riguidez” por “rigidez”. Y así, incontables errores que se repiten y se leen diariamente en la pantalla del computador. Muchos errores forman parte de la misma plantilla de historia clínica electrónica de la correspondiente unidad hospitalaria. Ejemplo de error frecuente: “transplante” (mala traducción del inglés “transplant”), que en castellano tiene voz propia: “trasplante”.
Eso en cuanto al lenguaje común, pero el lenguaje específicamente médico tampoco se salva de sus horrores, que ya dejan de ser meramente ortográficos y ponen al descubierto la ignorancia del tema sobre el cual se habla o se escribe. Aunque inconcebibles, muchas veces hasta hacen escapar sonrisas. Se solicita por escrito un “potencial evocado” (examen neurofisiológico) como “potencial de bocado”. Se escribe en una carpeta que “el paciente presenta fenómeno de Right Naud” cuando es Raynaud, o que tiene una “iperplacia” cuando es “hiperplasia”, o que padece de “Miastemia Gravis” cuando es “Miastenia Gravis”. O se refiere a la “circulación vertebrobasilar” (uno de los sistemas circulatorios cerebrales) como “vertebrobacilar” (esto se entendería como que un bacilo –un tipo de bacteria– está en la vértebra).
Leía hace poco una evolución médica según la cual el paciente tenía “crisis de ausentismo” (“ausencia”, un tipo de crisis epiléptica), y otra que, refiriéndose al VIH, escribía “cero conversión” en lugar de “seroconversión”. Como se podrá colegir de estos pocos ejemplos, es evidente el desconocimiento de literatura médica. Cambios de letras que alteran completamente el significado médico de las palabras y que, al menos a mí, me hacen dudar de la preparación profesional de sus autores. La redacción y la ortografía médicas son asuntos de lucha diaria en el aula de clases. Aunque no seamos expertos en el buen uso de la lengua, creo que los médicos debemos ser más responsables con lo que escribimos, por el respeto que nuestra profesión se merece e incluso por respeto a nosotros mismos. Esas fallas no son fallas del teclado.